En 1990, la idea de que un polaco medio pudiera alcanzar -y menos aún superar- el nivel de vida de un japonés habría parecido una fantasía. Japón era entonces sinónimo de modernidad, eficiencia industrial y poder económico. Polonia, en cambio, apenas salía del yugo del comunismo soviético y figuraba entre los países más pobres del continente. Sin embargo, si se cumplen las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, Polonia superará a Japón en 2026 en PIB per cápita ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPA o PPS por sus siglas en inglés). Una victoria estadística, sí, pero profundamente simbólica.
Para comprender el alcance de este hito conviene explicar qué mide exactamente el PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo. No se trata simplemente de dividir el PIB total de un país entre su población, sino de ajustar esa cifra teniendo en cuenta el coste de vida y los precios relativos entre países. Es decir, esta métrica permite comparar lo que realmente pueden comprar los ciudadanos de cada país con sus ingresos. Por ejemplo, 1.000 dólares no cunden igual en Tokio que en Varsovia, igual que un café no cuesta lo mismo en Cracovia que en Nueva York.
De este modo, el PIB per cápita ajustado por PPA ofrece una imagen más fiel del nivel de vida promedio igualando todos los precios a los niveles de EEUU. Normalmente, este indicador eleva el nivel de PIB de los países más ‘pobres’ (suelen ser más baratos) y los rebaja en los más ricos (que suelen ser incluso más caros que EEUU), igualando los niveles de PIB per cápita y generando situaciones que parecen inexplicables como este sorpasso de Polonia a Japón.
La evolución ha sido asombrosa. En 1990, el PIB per cápita de Polonia ajustado por PPA era de solo 6.687 dólares, similar al de Brasil y muy por debajo del de México. El de Japón, en cambio, ya rozaba los 20.000 dólares, casi tres veces más. En 2024, Polonia ya se había colocado en los 51.628 dólares, a menos de 2.000 dólares del nivel japonés (53.059 dólares). En apenas una generación, una brecha de más de 15.000 dólares se ha esfumado. Lo más notable es que Polonia ha recorrido este camino con una constancia inusual: su PIB ha crecido de media un 4% anual desde 1990, incluso durante la gran recesión de 2008-2009. La economía de Polonia ha sido como una apisonadora que no se ha detenido ante nada en las últimas décadas.
El milagro polaco no se entiende sin mencionar el ‘Plan Balcerowicz’, diseñado por el economista Leszek Balcerowicz. Esta hoja de ruta apostó decididamente por el libre mercado desde el inicio de la transición democrática, aplicando una de las recetas más contundentes (una terapia de choque) en Europa del Este. A pesar del coste social inicial, con elevados picos de desempleo por el desmantelamiento de las estructuras comunistas e incremento de la pobreza, el país resistió, persistió y prosperó. Aunque las comparaciones son odiosas, se podría decir que el plan de Polonia tuvo ciertas similitudes con el que está implementando en la actualidad Javier Milei en Argentina. A diferencia de otros países que transitaron al libre mercado con más cautela o que se quedaron a medio camino, Polonia se convirtió en una historia de éxito del capitalismo sin complejos.
De hecho, un elemento central de la transformación de Polonia han sido las zonas económicas especiales (ZEE) del país, favorables a las empresas, que han encabezado las clasificaciones mundiales durante la última década y han permitido que la inversión extranjera directa del país creciera de 44.000 millones de euros a 314.000 millones en dos décadas. Las 14 zonas, estratégicamente situadas por todo el país, ofrecen condiciones empresariales favorables tanto a empresas extranjeras como nacionales para fomentar la inversión y la actividad sobre el terreno, y el país atrae a los inversores con importantes exenciones fiscales.
Algunos apuntan a la adhesión a la Unión Europea en 2004 como principal factor del éxito polaco. Es innegable que la entrada en el mercado único, los fondos de cohesión y la libre circulación de bienes y personas beneficiaron a la economía. “Es difícil exagerar la importancia de la adhesión a la UE para el desarrollo económico de Polonia”, afirma Kevin Daly, codirector del equipo económico de Europa Central y Oriental, Oriente Medio y África de Goldman Sachs. “El fácil acceso al mercado único de la UE es un gran atractivo para la inversión extranjera directa (IED) en Polonia, que ha sido el principal motor del crecimiento económico”. “Aunque es difícil saber cómo se habría comportado la economía sin la pertenencia a la UE, una comparación con los países del este de Europa que no pertenecen a la UE sugiere que Polonia ha disfrutado de unos dividendos especialmente grandes gracias a su integración con Europa occidental”, coincide Nicholas Farr, economista especializado en Europa emergente de Capital Economics.
En la primera década de pertenencia a la UE, muchos polacos emigraron a otros países para aprovechar la mayor oferta de empleo y los salarios más altos. Los miembros más ricos de la UE, como Gran Bretaña y Alemania, se beneficiaron de esta afluencia de mano de obra laboriosa y cualificada, sobre todo en sus sectores de la construcción. Al principio, los expatriados polacos enviaban una gran cantidad de dinero a sus familias. Pero después los polacos regresaron a su país para traer de vuelta sus recién desarrolladas habilidades y fundaron nuevas empresas en Polonia, explica Tomasz Wieladek, economista jefe para Europa de la gestora de activos mundiales T Rowe Price. “La difusión de estos conocimientos en los sectores clave de Polonia ha fortalecido la economía”, constata el analista.
No ha sido solo la adhesión a la UE
Pero si fuera solo eso, cabría esperar que los otros nueve países que ingresaron en la UE ese mismo año hubiesen mostrado un progreso similar. No ha sido así. Polonia ha sobresalido con un crecimiento más sostenido y estable que, por ejemplo, Hungría o Eslovaquia. Con la base de datos del FMI se puede ver cómo Polonia era el país más pobre del antiguo bloque del este (bajo la batuta soviética) y hoy es el más próspero con diferencia. En los 90, Rumanía, Hungría o Eslovaquia presentaban un punto de partida más elevado, pero hoy es Polonia el que presenta una renta más alta. Solo la República Checa, que partía de unos niveles muchísimo más altos, tiene hoy una renta per cápita más alta que Polonia.
Para Farr, la pertenencia a la UE es sólo una parte de la historia. “El interés de Polonia por mejorar la productividad de su mano de obra ha contribuido a que también destaque en relación con otros países de Europa del Este. Polonia tiene un sistema educativo muy bueno para un país en su fase de desarrollo”. La asistencia a la universidad es gratuita para los ciudadanos polacos”, agrega el economista. Durante las décadas pasadas Polonia también implementó programas para mejorar la formación inicial y continua de los docentes, aumentando la exigencia en la selección y preparación de los maestros. Se introdujeron programas de desarrollo profesional y se fomentó la participación de los docentes en actividades formativas durante su carrera. El informe PISA coloca a Polonia entre los países con unos estudiantes más preparados en las competencias que evalúa este informe, lo que deja a Polonia en buen lugar para competir en el futuro.
El caso polaco destaca también por lo que no es. No fue el resultado de una política industrial planificada como la que antaño se ensalzaba en Japón. Tampoco ha sido un milagro impulsado por materias primas o un contexto geográfico privilegiado. Ha sido, ante todo, un éxito de reformas estructurales, disciplina macroeconómica, integración en la economía global y, sobre todo, fe en el mercado. Lo que en los años 90 muchos temían que llevaría al caos, terminó sacando al país de los rigores del socialismo real, según los expertos.
Frente a ese dinamismo, Japón se ha convertido en el arquetipo del estancamiento. Su economía, que parecía destinada a dominar el siglo XXI, se ha visto atrapada en una larga fase de bajo crecimiento, deflación y envejecimiento demográfico. El país no ha conseguido revitalizar su productividad ni reformar de forma efectiva su mercado laboral o sistema de pensiones. A ello se suma una política fiscal y monetaria ultraexpansiva que ha hinchado su deuda pública, pero sin generar una respuesta robusta en la actividad económica. Según el FMI, el crecimiento proyectado para Japón apenas alcanzará el 1% en 2025 y 2026, frente al 3% previsto para Polonia.
La ‘década perdida’ de Japón
Japón lleva años arrastrando la coletilla de la ‘década perdida’, denominación que se da al periodo comprendido aproximadamente entre 1991 y 2001 y llamado así por ser una época caracterizada por el estancamiento económico como consecuencia del estallido de la burbuja financiera e inmobiliaria gestada desde mediados de la década de 1980. El daño derivado de pinchar la burbuja a finales de los 80 llevó a las autoridades niponas a inyecciones masivas de capital en empresas que no eran viables bajo el mantra de que eran demasiado grandes para caer, lo que condujo al estancamiento.
En los citados diez años, el crecimiento apenas superó el 1% anual y no pocos en la comunidad económica prolongan el periodo hasta prácticamente la actualidad, caracterizándose la economía del país por los bajos tipos, la elevada deuda y el crecimiento prácticamente nulo. Tras tocar techo en 1995, el PIB japonés no volvió a alcanzar ese nivel hasta 2010, según datos del FMI. Para hacerse una idea del golpe, el índice bursátil Nikkei no superó hasta febrero de 2024 el máximo histórico alcanzado el 29 de diciembre de 1989.
Todo lo contrario que una Polonia que, pese al desgaste propio de años de éxito económico y los vientos en contra para la economía mundial, aún puede seguir asiéndose al crecimiento. En un completo informe sobre los retos económicos que enfrenta Polonia, los especialistas de ING para el país, Rafal Benecki, Adán Antoniak y Leszek Kasek, apuntan a un mayor apoyo a la inversión propia. “Esto se refiere a las inversiones nacionales a través de una política fiscal predecible. En los últimos ocho años, la impredecible y rigurosa política fiscal ha desalentado los desembolsos privados. Como resultado, la relación inversión/PIB de Polonia disminuyó al 17%, mucho más baja que en otras economías de Europa Central, donde esta relación varía entre el 25% y el 28%”, escriben estos expertos.
Desde ING también destacan otro ‘filón’ al que puede aferrarse el país: “La encuesta independiente realizada por Reuters/Maersk encuentra a Polonia como el destino número uno de nearshoring en Europa. Esta es una tendencia económica y política resultante de las interrupciones de la cadena de suministro durante la pandemia. Además, las empresas alemanas se están preparando para el riesgo de empeorar las relaciones con Asia/China. Se trata de trasladar las actividades de abastecimiento o inversión de las empresas europeas o globales más cerca de los mercados nacionales o países amigos”.
Fuente: Revista El Economista