El ritmo de crecimiento de la inflación se ha moderado mucho desde los máximos recientes. Aunque el IPC sigue subiendo, está relativamente cerca del objetivo de la Reserva Federal, el 2%, pero los ciudadanos estadounidenses tienen una percepción diferente. La realidad es que la cesta de inflación oficial en el gigante estadounidense, y también en la zona euro, está desconectada de los gastos reales que tienen los ciudadanos. Hay una lista de servicios y gastos asociados al consumo que no se incluyen en el IPC, además del ajuste por calidad que utiliza la administración para valorar los avances técnicos en muchos productos, que distorsionan la percepción de inflación del ciudadano frente a las cifras oficiales.
Después de un shock inflacionista como el que se produjo entre los años 2021 y 2023, está quedando demostrado que para los ciudadanos es difícil borrar la percepción de que el crecimiento de los precios se modera. El aumento de lPC se ha frenado hasta el 2,4% actual en Estados Unidos, pero los ciudadanos mantienen una percepción mucho más elevada.
Stefanie Stantcheva, profesora de economía política en Harvard, y fundadora del Laboratorio de Economía Social de la Universidad, ha publicado en el primer trimestre de este año un estudio que confirma que la percepción de inflación de los ciudadanos supera, con mucho, las cifras oficiales que publica la Administración. “Cuando se pregunta a la gente por la inflación que ha habido en los últimos 12 meses, lo que encontramos es que la percepción mediana es del 5%, cuando la realidad, cuando se hizo el estudio, era del 3,4%. Y si atendemos a la media, es cercana al 7%”, explica Stantcheva. “Se sobreestima lo que ha sido la inflación en el pasado”, confirma.
No se trata de un fenómeno aislado en Estados Unidos. En la zona euro, al menos en 2022, en pleno auge de la ola inflacionista, la percepción era similar. La consultora Simon-Kucher and Partners explicaba entonces cómo, aunque la inflación estaba en aquel momento en el dato más alto de los últimos 30 años, en el 10,2%, los ciudadanos percibían que el fenómeno era todavía mayor. En el sector de la restauración, por ejemplo, se percibía una inflación media de un 19%, cuando ni siquiera alcanzaba el 5% en aquel momento.
Muchos economistas se preguntan por qué se produce este fenómeno y, aunque no hay una única respuesta, hay varias teorías que tratan de explicarlo, y todas ellas pueden combinarse para encontrar la respuesta a esta cuestión. La más evidente es que, después de un aumento de inflación tan fuerte, los ciudadanos tardan tiempo en adaptarse a los nuevos precios, y la realidad es que, cuando se dice que la inflación está controlada, en el objetivo de los bancos centrales, los precios siguen subiendo a un ritmo de 2% anual en el IPC, y es posible que muchos ciudadanos esperasen que los precios volviesen a los niveles previos a la crisis inflacionista. Además, el ritmo de crecimiento actual sigue siendo más alto que el que ha habido, de media antes de la pandemia de Covid-19.
Sin embargo, hay una cuestión más evidente que explica la divergencia entre la percepción de inflación de los ciudadanos y las cifras oficiales: la propia composición de la cesta del IPC.
Lo que no incluye en IPC
El IPC es una cesta representativa que deja fuera algunos gastos que los ciudadanos tienen que asumir, un argumento más que explica la diferencia de percepción con las cifras oficiales. Hay toda una lista de gastos que han aumentado mucho en los últimos años, pero que no forman parte de la cesta oficial del IPC. En Estados Unidos, por ejemplo, se pueden incluir las propinas que solicitan los establecimientos para sus trabajadores; los intereses sobre la deuda en componentes como las tarjetas de crédito o en la compra de coches de segunda mano, los seguros de hogar, las comisiones de brokerage por distintos servicios, los pagos de servicios de cuidado de niños o paseadores de perros… etc. Los intereses de la deuda son uno de los mejores ejemplos, ya que suponen un gasto importante para una familia media estadounidense.
Dimitry Solomakhin, gestor del fondo de inversión FAST Global de Fidelity, explicaba a elEconomista.es este fenómeno el pasado mes de abril. “La inflación todavía es real. Están las cifras oficiales, sí, y si miras las categorías principales, se ha moderado sí, pero hay otras que no lo han hecho. Y, lo siento, pero la inflación real no encaja con la del 2% o 3%. No en Reino Unido, y no en Estados Unidos”, explicaba el gestor. Esto es preocupante, entre otras cosas, porque no tener en cuenta la inflación real puede tener consecuencias en el análisis macroeconómico, si, por ejemplo, no se considera el aumento del gasto real para un ciudadano y sólo se atiende a las cifras oficiales del IPC.
En el pasado se ha planteado que la cesta de precios oficial incluya el coste de los alquileres imputados (el aumento del precio de los alquileres que se puede imputar a los propietarios de casas que vivan en ellas), pero la realidad es que la lista de bienes y servicios que han aumentado de precio, y no aparece reflejado en el IPC es amplia. Desde Bloomberg se destacan ejemplos concretos, como las propinas no impuestas, actividades de juego como es la lotería, que ha subido mucho en el gigante norteamericano, o otros bienes como la marihuana, para la que el gobierno todavía no ha incluido al carecer de documentación robusta, o las multas de tráfico, que han aumentado. Al final, se trata de comparar el aumento del gasto real de un ciudadano medio frente a lo que las cifras recogen en el IPC, una métrica diferente.
El ajuste por cambio de calidad: fuente de inflación escondida
Hay otro fenómeno que puede estar afectando a la percepción de los ciudadanos sobre la inflación real y la oficial: el ajuste por cambio de calidad que se tiene en cuenta en el IPC, tanto en Estados Unidos, como en la zona euro. Se trata de una práctica habitual que tiene como objetivo tener en cuenta los avances de calidad en los productos que son sustituidos por otros en la cesta del IPC.
La automoción es un buen ejemplo: cuando una marca sustituye un modelo por otro, la cesta del IPC se actualiza con el nuevo y tiene en cuenta la mejora de calidad, como pueden ser los avances tecnológicos, para valorar el precio del producto. Así, puede ocurrir que el vehículo más barato del mercado cueste 15.000 euros, por ejemplo, frente a 13.500 euros que costaba su equivalente del año anterior. Sin embargo, el ajuste por calidad que se lleva a cabo en la cesta del IPC puede llevar a determinar que este aumento de precio no es real, porque no se tiene en cuenta la mejora técnica del nuevo coche: una pantalla táctil, un motor más potente, o un parachoques más ligero… etc. Esto, al final, distorsiona la percepción de un ciudadano, quien sabe que está pagando 1.500 euros más por “el mismo coche”, cuando las cifras oficiales del IPC le indican que está pagando lo mismo.
En Estados Unidos, como recoge la propia Oficina de Estadísticas Laborales de gobierno, este ajuste por cambio de calidad se incluye en productos tan variopintos como la ropa interior masculina, hasta aparatos tecnológicos o servicios telefónicos y de telecomunicación, y se convierte en un elemento más que distorsiona la inflación ‘real’, es decir, la que dice la estadística del gobierno que existe, frente a la que perciben los ciudadanos.
Fuente: Revista El Economista