El aplauso unánime de los grandes magnates tecnológicos al retorno a la Casa Blanca de Donald Trump tiene un motivo claro. El nada disimulado interés por ganarse el respaldo del mandatario a un sector que confía en que la inteligencia artificial les abrirá las puertas de una nueva edad dorada. Aunque a este objetivo no ayudan los recelos sobre el coste cada vez mayor de mantener en funcionamiento unos centros de datos y computación cada vez más potentes, ni el hecho de que el impacto, en términos de creación empleo, de estas inversiones milmillonarias es cuestionable. Es más: crean más oportunidades profesionales en el Viejo Continente que en Estados Unidos.
Trump parece comprometido con la idea de convertir a Estados Unidos en la potencia hegemónica en materia de IA, para evitar perder una carrera tecnológica crucial con China y Europa. Las grandes tecnológicas alimentan este ‘miedo’ con la confianza de encontrar una legislación cómplice y, sobre todo, una fiscalidad mucho más amable en la nueva administración. Pero la voz de los ‘tecno bros‘, como se denomina a este grupo de grandes empresarios, cada vez más alejadas (en la visión y lo geográfico) del paradigma de Silicon Valley, es la única que el presidente escucha.
Uno de los primeros anuncios de Trump en este ámbito vino de la mano del consorcio Stargate creado por OpenAi, el banco japonés SoftBank y Microsoft que invertirá 500.000 millones para construir una veintena de centros de datos en Estados Unidos. Las dudas expresadas por el mismísimo Elon Musk sobre la viabilidad de megaproyecto, ha distraído el foco de un dato que el propio Trump esgrimió para defender esta apuesta: creará 100.000 puestos de trabajo. Si echamos cuentas vemos que sale a cinco millones de dólares por cada nuevo empleo.
Lo que podría parecer una anécdota ilustra uno de los grandes desafíos de la inteligencia artificial: convencer a los estadounidenses de que unas inversiones mastodónticas van a repercutir en mejorar sus oportunidades profesionales y salariales y no solo en la capitalización bursátil de esas compañías. Sobre todo en un momento en el que la irrupción en el tablero de la china DeepSeek ha puesto en cuestión la valoración bursátil de las compañías vinculadas a la inteligencia artificial. No pocos hablan de un pinchazo de la burbuja.
Estas incertidumbres adquieren un peso mayor si tenemos en cuenta que hablamos de una tecnología que se presenta como ‘de propósito general’, es decir, que tiene el potencial de impactar en todos los empleos. Y que esto sea para mejor no le queda tan claro a buena parte de los votantes de Trump.
Esta es una clave del cisma entre los ‘tecno bros’, con el propio Musk como líder visible, y los MAGA (acrónimo de Make American Great Again), que optan por un mensaje más simple, en el que el empleo es un pilar fundamental. ¿Los mismos votantes que apoyaron el discurso de Trump contra la inmigración con la excusa de proteger sus empleos van a ver con el mismo entusiasmo el apoyo para desarrollar unas máquinas que puede servir para quitárselos?
Irlanda y Reino Unido desbancan a Estados Unidos
La paradoja llega cuando vemos que el desarrollo de la IA, por sí mismo, apenas crea puestos de trabajo. Según datos recopilados por Indeed, solo un 2,6% de las ofertas de empleo publicadas en Estados Unidos está vinculada al desarrollo de la inteligencia artificial (incluyendo apartados como la gestión masiva de datos o el entrenamiento de algoritmos). Es un porcentaje reducido por la alta especialización de estos perfiles: El problema es que es más bajo que el 6,7% de Irlanda y el 3,14% de Reino Unido, que parecen haber aprovechado mucho mejor esta revolución tecnológica en términos laborales y de atraer talento.
Esto, en parte se debe a que los propios gigantes tecnológicos han mirado a Europa para establecer sus bases, gracias a una fiscalidad más amable (especialmente en los dos en los países anglosajones) que la defendida por la anterior administración estadounidense, la de Joe Biden. La promesa de Trump de revertir este ‘éxodo’ coincide además con la irrupción de la IA generativa, la gran apuesta del sector tras una época convulsa, con ajustes de plantillas en las empresas innovadoras, mientras que la economía digital no terminaba de encontrar la confianza de los políticos ni de los ciudadanos.
A diferencia de experimentos como el Metaverso o la fiebre por los NFT, nadie duda del potencial de la inteligencia artificial. Los nuevos algoritmos del tipo Large Lenguage Model (Grandes Modelos de Lenguaje) o LLM han disparado la capacidad de automatizar y optimizar tareas a un nivel que cualquier usuario puede aprovechar, pero también ha multiplicado exponencialmente su demanda de datos y el coste energético y de estas infraestructuras. Sin embargo, la IA generativa de un nicho muy pequeño en términos de demanda: apenas llega al 0,2% de las ofertas en Estados Unidos y al 8,6% de las vinculadas a inteligencia artificial. Por detrás, de nnuevo, de Irlanda y Reino Unido. Pero también de España.
España apuesta más por el talento en IA generativa
La escasísima demanda de expertos en este tipo de IA, pese a haberse disparado respecto a los niveles precios a la presentación en sociedad de ChatGPT, a mediados de 2023, responde a que la mayoría de las empresas no tecnológicas aún no saben qué hacer con estas herramientas en su día a día. Los usuarios de a pie están familiarizados con los chatbots y la generación de imágenes, pero pasada la novedad, su uso profesional se centra en actividades muy concretas y siempre con limitaciones motivadas por los riesgos de ciberseguridad y protección de datos.
Aun así, se da la paradoja de que incluso en España esta tecnología ha despertado más interés. Según un estudio publicado por Indeed en octubre del pasado año, España no solo tiene más demanda de profesionales, sino que han crecido más que en cualquier otro país con excepción de Singapur e Irlanda. Aunque el estudio no recogte los datos de ofertas vinculadas con otros tipos de IA, como la gestión de datos, la lectura es clara: las empresas de un país que no se considera precisamente un pionero tecnológico está ganando la carrera del talento de IA a Estados Unidos.
Para vencer estos recelos y reactivar el interés por la IA generativa, los gigantes tecnológicos apuestan ahora por los ‘agentes de IA’, algoritmos LLM que permiten realizar tareas más complejas de manera autónoma. Microsoft, por ejemplo, ha integrado el suyo, Copilot en su suite ofimática; una apuesta por ampliar la demanda de estos productos ofreciéndoselos a los usuarios de base que no está exenta de riesgos. Y es que agentes son más difíciles de gestionar para poder aprovecharlos a fondo y para la mayoría no pasará de otro simple chatbot.
Por ello tampoco van a ver mucha ventaja en destinar miles de millones a una industria que amenaza con automatizar sus empleos y que, además, se alimenta con los datos que ellos mismos generan. Una paradoja compleja que exige un análisis en rotundidad que colisiona con el discurso volátil y cortoplacista de Trump.
Fuente: Revista El Economista