La economía de Alemania se ha convertido en los últimos años en la gran decepción de Europa. Un modelo económico que parece haber quedado desfasado ante el encarecimiento de la energía (la industria germana usaba de forma muy intensiva el gas ruso) y una creciente competencia de países con menores costes laborales y que producen bienes similares a los alemanes han llevado a la locomotora europea a ocupar el vagón de cola de Europa. Aunque todo lo anterior es importante, hay otra tendencia a la que se ha prestado menor atención y que también parece relevante para explicar esta historia: los alemanes trabajan cada vez menos horas. Si la productividad está estancada y las horas de trabajo por empleado son cada vez menores, resultará cada vez más complicado aumentar el PIB. Este es el serio aviso que han lanzado los economistas de Deutsche Bank en un reciente informe.

En un denso documento, el banco de inversión alemán realiza un profundo análisis de la economía alemana y de la compleja situación a la que se enfrenta. Si bien es cierto que el histórico estímulo fiscal que se ha aprobado va a empujar el PIB por puras matemáticas (por muy bajo que sea el multiplicador fiscal, cada euro gastado por el Gobierno tiene un impacto positivo en el PIB), la situación dista mucho de la de hace una década, cuando Alemania era la locomotora de Europa. “Alemania se encuentra en una encrucijada en su historia de posguerra. La prosperidad económica de las últimas décadas se ve presionada por cambios de paradigma, geopolíticos y tecnológicos. Los años dorados de la globalización han terminado y las dificultades cada vez mayores en el comercio mundial están exponiendo las debilidades estructurales de Alemania“, destaca el informe.

Los analistas de Deutsche Bank (DB) recalcan que el año pasado, la economía alemana registró la tasa de crecimiento más baja entre los países industrializados del G-7. Aún no se vislumbra una recuperación clara en el largo plazo, sobre todo porque los obstáculos globales amenazan con intensificarse aún más bajo la nueva administración estadounidense y las tendencias de la propia economía alemana, como puede ser la de la imparable caída de las horas de trabajo de los empleados germanos. Los alemanes son los que menos horas trabajan de toda la OCDE, algo que a primera vista contrasta con su elevado PIB per cápita. Lo uno no está reñido con lo otro, más bien al contrario, el glorioso pasado de la economía germana, con crecimientos muy intensivos de productividad y competitividad, han permitido que los trabajadores reduzcan sus jornadas laborales. Sin embargo, ahora que la economía languidece, los expertos creen que ha llegado la hora de revertir esta tendencia o al menos impedir que siga avanzando.

Los alemanes (al igual que muchos europeos) valoran cada vez más su tiempo de ocio y menos el tiempo de trabajo, pero si además existen ciertos desincentivos y trabas a las jornadas laborales de más de 30 horas semanales, la situación puede llegar a ser alarmante, señalan desde DB. Como muestran los datos de Eurostat, solo un 5,5% de los alemanes que trabajan a tiempo parcial (jornadas reducidas) están descontentos, es decir, que desearían trabajar más horas. Lo que revela que los alemanes trabajan pocas horas, no solo por el modelo económico, sino que también porque prefieren tener jornadas laborales más cortas para tener más tiempo aprovechando unos salarios relativamente altos. Este dato contrasta con el de España, donde más del 40% de los trabajadores a tiempo parcial desearían trabajar más horas (son trabajadores a tiempo parcial involuntarios).

“Una recuperación económica necesita ir acompañada de reformas complejas del lado de la oferta. Se necesitan cambios profundos para que la economía vuelva a una senda de crecimiento sostenible. Estas reformas requerirán una gran demostración de fuerza política, tanto en Alemania como en la Unión Europea. La reducción de la burocracia debería ser una prioridad, y tanto las rebajas de impuestos como la desregulación son necesarias para impulsar una mayor inversión privada, especialmente en investigación y desarrollo. Los mercados de capital privados deben profundizarse e integrarse a nivel europeo. Y, por último, se necesitan mejores incentivos laborales para que la recuperación del crecimiento impulsada por una mayor inversión no se vea limitada por la creciente escasez de trabajadores cualificados”, sentencia el banco alemán en un llamamiento al Gobierno para que reduzca los impuestos al trabajo.

Cada vez trabajan menos

Desde el banco germano señalan que el potencial decreciente de la fuerza laboral de Alemania proviene tanto del cambio demográfico como de una migración laboral insuficiente para compensarlo. Los analistas del banco creen que “Alemania se está quedando atrás respecto a las otras economías del G-7 por tener un sistema cada vez más restringido por los incentivos fiscales y de bienestar ineficientes que no alientan ni recompensan adecuadamente el trabajo duro y el impulso emprendedor. En ningún otro lugar de la OCDE los empleados trabajan menos horas promedio que en Alemania. Aunque las reformas Hartz de hace 20 años han llevado a una tasa de participación superior a la media, esta historia de éxito ya no puede ocultar la continua disminución en las horas de trabajo promedio”.

El envejecimiento de la población alemana se está convirtiendo en un problema cada vez más grave. Para finales de la década, al menos uno de cada cuatro alemanes tendrá más de 65 años. Solo un poco más de uno de cada dos alemanes estará en edad laboral. Desde DB explican que “la política económica no puede prevenir el envejecimiento de la sociedad alemana, pero la adaptación a este cambio demográfico deberá ser, en última instancia, más dinámica, vinculando más estrechamente la edad de jubilación al aumento de la esperanza de vida”.

Junto con el envejecimiento de la sociedad, la reducción de la jornada laboral limita cada vez más la oferta laboral en Alemania. “El aumento de las tasas de participación y empleo logrado gracias a las reformas Hartz se ha agotado y, de forma realista, no puede continuar. Tres cuartas partes de los alemanes en edad laboral ya participan en el mercado laboral. Los beneficiarios de prestaciones sociales pueden tener incentivos limitados para acceder al mercado laboral, mientras que los refugiados dispuestos a trabajar pueden enfrentarse a barreras innecesarias para el empleo. Sin embargo, dos décadas después de las reformas Hartz, el principal desafío no es la participación en el mercado laboral, sino la disminución de la jornada laboral promedio de los empleados alemanes“. Según los datos presentados por Deutsche Bank, los alemanes trabajan de media menos de 26 horas a la semana, frente a España, por ejemplo donde se superan holgadamente las 30 (también es cierto que somos mucho menos productivos). Cuando la productividad crecía y la participación laboral también lo hacía, esto parecía sostenible. En la actualidad, sin una nueva revolución de la productividad, parece complicado que la economía siga creciendo a buen ritmo. Las reformas del pasado que funcionaron tan bien, ahora se han convertido en un problema.

De aquellos polvos estos lodos

Parte de esta tendencia proviene de medidas tomas en el pasado. El estancamiento de la economía alemana a principios del siglo XX, muy similar al actual (de hecho, ha vuelto a haber dos años seguidos de contracción del PIB dos décadas después), llevó en ese momento al canciller socialdemócrata Gerhard Schröder a implementar entre los años 2002 y 2005 la conocida como Agenda 2010 con el fin de promover el crecimiento económico y reducir el elevado paro. Aunque el alcance reformista fue muy amplio, el grueso de los cambios llegaron en el mercado laboral y el sistema de seguridad social. Las sucesivas reformas laborales se denominaron Hartz I-IV en referencia a Peter Hartz, director ejecutivo de recursos humanos de Volkswagen y jefe de la comisión que asesoró al Gobierno alemán.

El principal objetivo de estos planes era incrementar la eficiencia de las políticas activas de empleo. Es decir, mejorar la asistencia a los desempleados para que encontraran un trabajo rápidamente. En contrapartida, se introdujeron normas más estrictas para recibir el subsidio por desempleo que, hasta la fecha, era ciertamente generoso (hasta el 57% del último ingreso neto regular por un periodo indefinido) y se consideraba la causa principal del desempleo de larga duración. Así, por ejemplo, tras la reforma, rechazar ofertas de empleo “razonables” podía conllevar una reducción de hasta el 30% de la prestación.

Entre las distintas medidas de flexibilización de las formas de empleo destacaba la eliminación de las cotizaciones sociales a cargo del empleado para aquellos salarios inferiores a los 400 euros. Para salarios entre 400 y 800 euros se establecía una escala creciente de contribuciones. Esta medida propició la generación de mini-jobs: empleos a tiempo parcial, poco cualificados, normalmente ligados a trabajos domésticos, restauración o comercio minorista. Los resultados no tardaron en llegar: la tasa de paro se redujo del 11,3% en 2005 al 5,5% en 2012. No obstante, también surgieron ‘peros’. “La idea de la reforma era utilizar los miniempleos como punto de acceso al mercado de trabajo de los trabajadores poco cualificados. Sin embargo, en la realidad, muchos trabajadores no parecen haberse incorporado al mercado laboral más estable”, analizaba la economista de CaixaBank Research, Judit Montoriol Garriga en una nota en la que evaluaba estas políticas años después de aprobarse.

Estas reformas de Schröder, que generaron enorme controversia y rompieron por la mitad a los socialdemócratas alemanes, marchándose los dirigentes más a la izquierda del partido, contemplaron medidas fiscales de corte más liberal, con reducciones sustanciales del impuesto sobre la renta y del de sociedades; la reforma de la sanidad pública, con la introducción del copago y limitaciones en la cobertura pública, y la reforma del sistema de pensiones, con el objetivo de incrementar la edad efectiva de jubilación. Sin embargo, años después, el garantista sistema alemán presenta fisuras que ‘castigan’ el incentivo para trabajar.

Un sistema fiscal ineficiente y minijobs

Un artículo del reconocido medio económico alemán Handelsblatt constataba recientemente con cálculos del prestigioso Instituto Ifo de Múnich que la mala coordinación de prestaciones estatales como el subsidio de ciudadanía, el subsidio de vivienda o el suplemento por hijos a menudo hace que el trabajo adicional no merezca la pena o, en casos extremos, lleve incluso a una disminución de los ingresos netos. A través de ejemplos con el esquema de prestaciones y normas fiscales vigentes a finales de 2023, la publicación financiera reflejaba mejor la situación.

Una persona desempleada, soltera y beneficiaria de la Renta de Ciudadanía, a la que el Estado reembolsa 650 euros de alquiler y 80 euros de calefacción, dispondría de 563 euros netos al mes. Si el soltero trabajara a tiempo completo con el salario mínimo y los mismos gastos de vivienda, dispondría de unos ingresos brutos de unos 2.000 euros. Según los cálculos del Ifo, dispondría de una cantidad neta de 911 euros si reclamara las transferencias a las que tiene derecho, como el subsidio de vivienda. Esto le dejaría con 348 euros más que su homólogo en paro. Sin embargo, si el beneficiario de la prestación ciudadana acepta un miniempleo remunerado con 500 euros, la diferencia en el neto respecto al empleado a tiempo completo es de sólo 168 euros. En el caso de un miniempleo de 18,5 horas semanales (Midijob) con el salario mínimo, la diferencia se reduce a 20 euros. O sea, que por la mitad de trabajo se gana casi lo mismo que en un empleo a tiempo completo.

El mismo caso opera para una familia monoparental. Una madre soltera en paro con dos hijos de cinco y nueve años y unos gastos de vivienda y calefacción de 1.055 euros dispondría de 1.553 euros con la Renta Ciudadana (Bürgergeld). Con un trabajo a tiempo completo con el salario mínimo y unos ingresos brutos de 2.000 euros, tendría unos ingresos netos de 2.349 euros, es decir, 796 euros más. Sin embargo, esto sólo se aplica si realmente solicita las prestaciones de transferencia a las que tiene derecho, como el subsidio de vivienda, el suplemento por hijos o los anticipos de pensiones alimenticias. Y muchas personas con derecho a prestaciones no lo hacen por vergüenza o por desconocimiento. Sin todas las prestaciones de transferencia, la madre soltera con su trabajo a tiempo completo por el salario mínimo sólo dispondría de 1.015 euros netos en lugar de 2.349, es decir, 538 euros menos que el correspondiente perceptor de subsidio de ciudadanía.

Por último, está el caso de una pareja con dos ingresos y dos hijos de cinco y nueve años, que trabajan a tiempo completo y ganan cada uno 2.000 euros brutos al mes, tienen unos ingresos netos de 2.686 euros, con unos gastos de alquiler y calefacción de 1.235 euros. Esto significa que la pareja sólo dispone de 887 euros más al mes que el hogar beneficiario de la Renta Ciudadana. Y a partir de ahí, en palabras del propio artículo de Handelsblatt, llega el “absurdo” dado el esquema del sistema impositivo: si esta pareja de asalariados aumenta sus ingresos laborales conjuntos a 5.000 euros, los ingresos netos del hogar descienden en 43 euros hasta los 2.643.

Por supuesto, detrás de todas estas cifras está el choque político. La coalición gobernante en la última legislatura (socialdemócratas, verdes y liberales) prometió modificaciones para revertir esta dinámica y que las prestaciones sociales se reduzcan a medida que aumenten los ingresos. El compromiso era conseguir que a los beneficiarios del subsidio ciudadano les resulte realmente rentable aceptar un empleo sujeto a cotizaciones a la seguridad social. Desde la oposición, la CDU/CSU ha cuestionado repetidamente que se hayan producido avances. Ahora que los conservadores volverán al poder con Friedrich Merz como canciller, está por ver si se toman más medidas para corregir esta tendencia. Sin embargo, al tener que gobernar en coalición con el SDP, es fácil que haya divisiones en esta materia. De hecho, durante la amplia era Merkel (2005-2021), el sistema de la Gran Coalición (Grosse Koalition -GroKo-) fue el que más tiempo operó (tres de los cuatro mandatos).

Los expertos de Deutsche Bank creen que o se solucionan estas ineficacias y desincentivos o Alemania no logrará salir de forma sostenible de su crisis existencia: “El nuevo gobierno federal debería priorizar la mejora de los incentivos y las condiciones marco que fomenten el trabajo y la productividad. Desde una perspectiva económica, el objetivo principal no debería ser obligar a las personas a incorporarse al mercado laboral, aunque estas medidas puedan ser deseables por otros motivos. Más bien, las políticas deberían recompensar e incentivar a la fuerza laboral en general por trabajar con ahínco y productividad”.

“Los desincentivos fiscales y las limitadas opciones de cuidado infantil, por ejemplo, impiden que muchas mujeres con hijos trabajen a tiempo completo. La tendencia en la jornada laboral desde la pandemia del covid ha sido particularmente desfavorable en las comparaciones internacionales”, sentencia el informe del banco de inversión.

Fuente: Revista El Economista

Comparte: