Entre todos los volátiles anuncios de Donald Trump en su regreso a la presidencia de EEUU, uno de los que más ha llamado la atención ha sido su casi obsesivo interés en hacerse con las tierras raras de Ucrania y Groenlandia. No es ningún secreto que estos minerales críticos, tan necesarios ahora mismo en la producción tecnológica (smartphones, coches eléctricos), son bastante codiciados y que el hecho de que China domine con puño de hierro la cadena de suministro de los mismos complica mucho las cosas, sobre todo para Washington en medio de una escalada sin precedentes en la guerra comercial. Sin embargo, advierten algunos analistas, en EEUU no son del todo conscientes del potencial ‘yacimiento’ de tierras raras que tienen en casa y que les podría hacer menos dependientes de Pekín y de remotas aventuras exploratorias en países como Ucrania.

Durante años, EEUU ha intentado resolver su creciente y dolorosa dependencia de las importaciones de tierras raras, que necesita principalmente para productos electrónicos, desde los citados teléfonos móviles de última generación hasta aviones militares como los F-35 (un F-35 necesita 400 kilos de tierras raras). Eso es lo que le ha hecho y le hace mirar hacia al exterior sin pararse a pensar en una posible solución ‘interior’.

“Hay otra manera para que Trump consiga que EEUU obtenga las tierras raras que necesita, y esta manera no implicaría forzar un acuerdo con un país devastado ni encontrar exenciones a los aranceles globales. De hecho, no involucraría a ningún país aparte de EEUU. Incluso ayudaría al medio ambiente, algo que debería importar ahora que el mundo se acerca al punto de no retorno del cambio climático”, introduce Elisabeth Braw, investigadora sénior del think tank estadounidense Atlantic Council en una columna de opinión publicada en Foreign Policy.

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