Este lunes, Donald Trump inauguró un nuevo tipo de castigo que nunca se había probado antes: los “aranceles secundarios”. En una orden ejecutiva, el presidente de EEUU impuso un arancel del 25% a todos los países que compren petróleo venezolano, en un intento de cortar la principal fuente de ingresos del Gobierno de Nicolás Maduro. Un movimiento innovador que va más allá de las tradicionales sanciones financieras que ya impuso en su anterior mandato, y que no han servido para lograr que el mandatario autoritario del país caribeño abandone el poder.
Esta creación, en cierto modo, es lógica para un presidente que ha asegurado que arancel es su “palabra favorita del diccionario” y que el abuso de las sanciones puede “destruir el dólar y todo lo que representa”. Y EEUU lleva una década echando mano de este mecanismo de forma cada vez más acelerada. Antes del año 2001, las sanciones anuales impuestas por EEUU a países o personas sospechosas de terrorismo, crimen organizado o violaciones de derechos humanos apenas rondaban unos pocos centenares por año. Tras los atentados del 11-S, esa cifra creció a entre 500 y 1.000 al año. Con Barack Obama, la media se mantuvo entre 700 y 950 cada uno de sus 8 años. Ya en el primer mandato de Trump, las sanciones ya no bajaron de las 1.000 al año, y en 2018 superaron las 2.000. Y Joe Biden impuso más de 3.000 sanciones todos los años desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, en 2022. Como resultado, a finales de 2024, EEUU tenía en vigor más de 15.000 sanciones económicas de todo tipo. La UE, Suiza y Reino Unido solo tenían una tercera parte, cerca de 5.000.
El aumento veloz de estas sanciones ha puesto en duda su efectividad y ha dado incentivos a los principales países afectados, como Rusia o Venezuela, para buscar formas de evadirlas. El problema, precisamente, es que la relevancia del dólar es una espada de doble filo. Sí, la posibilidad de prohibir a empresas o bancos operar con dólares es una amenaza tan letal que debería obligarles a cumplir con las exigencias de EEUU. Pero como la lista de personas y entidades sancionadas ya empieza a llenar varios estadios de fútbol de Primera División, Trump teme que todos ellos se pongan de acuerdo para crear un sistema financiero paralelo sobre el que EEUU no tenga ningún poder.
Y en cierto modo ya está ocurriendo. Tanto Rusia como Venezuela han creado un mercado negro de barcos petroleros que navegan fuera del sistema económico del dólar: sin seguros, sin financiación en dólares, y cobrando en otras divisas, pero navegan. Las exportaciones de petróleo de ambos han caído, pero no todo lo que se esperaba. Y, además, están abriendo la puerta a un mundo paralelo al que pueden sumarse otros países sancionados, como Irán.
Partiendo de esta base, los “aranceles secundarios” tienen como objetivo aislar a los países sancionados dándoles una especie de ‘virus económico contagioso’: cualquier otro país que los toque quedará ‘infectado’ con aranceles de EEUU. “Este es un nuevo concepto en la guerra económica”, resume a Bloomberg Francisco Monaldi, director de política energética latinoamericana de la Universidad Rice de Houston.
En el caso de Venezuela, además, estos aranceles permiten castigar a un país, China, que es prácticamente el principal sostén de Maduro en estos momentos. El país caribeño exporta petróleo con permiso de Washington a la propia EEUU (aunque Trump ha cancelado esa licencia), a España a través de Repsol y a India a través de Reliance Industries. El resto de las exportaciones venezolanas se hacen a través del mercado negro. China es el país que más compra en ese mercado ilegal, y no tiene ninguna intención de pedir permiso a EEUU para seguir importando petróleo de Venezuela.
La decisión de imponer aranceles como castigo tiene un efecto enorme en el comercio internacional, y todos los riesgos que ello conlleva, empezando por avivar la inflación en EEUU. Pero Trump no ve ningún problema: en su mensaje, vuelve a insistir en el error de pensar que los países a los que les imponga aranceles tendrán que “pagar a EEUU” el valor de esas tasas, cuando serán los propios importadores estadounidenses los que tendrán que hacerse cargo de dichos aranceles. Lo que sí conseguirá será convertir a ciertos países en radioactivos para el resto del mundo. En vez de echar a los países del sistema monetario del dólar, lo que hará será obligar al resto de países a cortar sus relaciones con ellos, o atenerse a las consecuencias. Un ‘plan B’ completamente ‘Made in Trump’.
Fuente: Revista El Economista