En medio del rugido de tambores que anuncia una nueva guerra comercial, Europa aún tiene una oportunidad de detener el desastre. La tentación de responder al proteccionismo con más proteccionismo es fuerte, pero también lo es la sabiduría de evitar un incendio que podría devorar el comercio global, acabar con años de inversión para mejorar el transporte de mercancías y destruir la intensa división del trabajo que ha permitido importantes ganancias de productividad y eficiencia en las últimas décadas (además de mantener la inflación bajo control casi en todo momento). Frente a los nuevos aranceles generalizados anunciados por Donald Trump, la Unión Europea podría dar un paso audaz, no hacia la confrontación, sino hacia la templanza. En lugar de contestar con otro ‘puñetazo’ como el que acaba de propinar EEUU, la Unión Europea (UE) podría enviar un mensaje de calma y convertirse en la voz serena que defiende el comercio internacional sin barreras (el verdadero liberalismo). Incluso podría dar ejemplo en este momento tan complejo y responder no con más barreras, sino con menos.
En este caso, Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea parece haberse convertido en esa voz serena (frente a los apasionados discursos de políticos nacionales, Francia y Alemania también presionan para dar una respuesta contundente) que pide negociar hasta el último minuto. Aunque la UE tiene preparado o está preparando su plan de contingencia con aranceles de respuesta, la alemana parece dispuesta a agotar la vía del diálogo hasta el final. Von der Leyen sabe que hay muchísimo en juego, puesto que la UE es uno de los bloques con un mayor superávit por cuenta corriente del mundo, por lo que los aranceles y la reducción del comercio internacional lastraría sobremanera la economía europea. Más todavía a su país natal, Alemania, que ya sufre una crisis estructural en su sector exterior, pero que sigue dependiendo de las exportaciones para mantener a flote a la economía. Como señalan los economistas Brzeski y Fechner en un reciente análisis para ING, “el país con superávit comercial tiene siempre más que perder en una guerra comercial”. Y la UE tiene mucho que perder. El daño es evidente, una prueba de ellos es el plan que ya ha presentado el Gobierno de España para los sectores afectados. Pero es que EEUU también saldrá muy perjudicado de una guerra que ha iniciado.
Por ello, aunque parezca descabellado, la UE podría proponer una respuesta incluso más llamativa: si EEUU sube los aranceles, ¿qué pasaría si la UE los baja? Este movimiento, que no estaría exento de críticas internas, desarmaría a Donald Trump y su equipo, que argumenta que los aranceles se aprueban porque la UE se ‘aprovecha’ de EEUU. Además, Europa podría sacar más partido de este movimiento para anunciar nuevas desregulaciones y menores aranceles con otros bloques (como China) con el objetivo de convertirse en el gran adalid mundial del comercio internacional libre y sin barreras. Además, este movimiento podría contar con el apoyo del resto de bloques, lo que podría incrementar la relevancia del euro en el mercado de divisas.
La propuesta parece contraintuitiva: si Estados Unidos sube aranceles, ¿por qué Europa tendría siquiera que pensar en bajarlos? La respuesta está en la historia económica y en la teoría del comercio internacional. La lógica de la ventaja comparativa, formulada por David Ricardo en el siglo XIX, nos recuerda que todos los países, sus economías y ciudadanos pueden beneficiarse del comercio, incluso si uno de ellos produce todo de forma menos eficiente o viceversa. Si Alemania fabrica coches y aviones más rápido, de calidad y a menor coste que Estados Unidos, ambos países saldrían ganando si cada uno se dedica a fabricar lo que se le da mejor (incluso aunque Alemania haga mejor todo en todos los sectores) y comercian entre ellos, Alemania vende coches y le compra los aviones a EEUU (y viceversa), por ejemplo. Castigar ese intercambio es dispararse en el pie.
Las guerras comerciales dañan a todos
La experiencia también demuestra que las guerras comerciales rara vez tienen ganadores. La imposición de aranceles por parte de Trump ya provocó en 2018 una respuesta europea con gravámenes sobre motocicletas, bourbon o naranjas. Un círculo vicioso que redujo el crecimiento sin proteger de forma efectiva a las industrias locales. El propio Banco de Finlandia ha publicado un informe hace escasos días en el que cuantificaba el posible impacto: “Estados Unidos ha establecido importantes barreras comerciales y la incertidumbre en torno a la política comercial ha aumentado. Una guerra comercial desencadenada por los aumentos propuestos en los aranceles de importación podría, según escenarios basados en varios modelos, debilitar el nivel de producción global en aproximadamente un 0,5%. El impacto en la economía de la zona euro podría ser mayor… El impacto total de los aranceles está sujeto a diversas incertidumbres. Ninguna de las partes parece beneficiarse de una guerra comercial, y alcanzar una solución equilibrada mediante negociaciones sería el mejor resultado para todos”, aseguraban estos expertos.
En las negociaciones, la UE podría comprometerse a reducir su superávit comercial con EEUU mediante una estrategia constructiva: ampliar las importaciones de gas natural licuado (LNG), reducir aranceles a los automóviles estadounidenses del 10% actual al 2,5% que impone EEUU, e incluso abrir la mano a más adquisiciones de material de defensa norteamericano. Todo ello sin renunciar a la soberanía normativa europea, pero mostrando buena fe negociadora.
Sería una forma de romper el patrón destructivo. En lugar de entrar en un ciclo de represalias, la UE podría optar por la estrategia opuesta: bajadas arancelarias unilaterales que, al no ser esperadas por Washington, podrían desactivar la escalada. Esta visión podría parecer idealista, pero se sostiene en realismo económico: mantener la apertura comercial es una forma de blindar el crecimiento europeo, evitar inflación importada y proteger a sus propios consumidores (no hay que olvidar que todo arancel es un impuesto para los consumidores) y empresas. Mañana viernes se reunirán los dos bloques en un intento por detener lo que parece casi inevitable, Bruselas, probablemente, intentará convencer a EEUU de que el comercio sin trabas en sinónimo de prosperidad.
La literatura económica del FMI y de la OCDE llevan años reiterando que el comercio internacional ha sido uno de los mayores impulsores de la prosperidad global en las últimas décadas. Restringirlo no solo encarece los productos, sino que reduce la competencia y la innovación. La literatura económica es clara: el libre comercio genera ganancias netas, aunque distribuidas de forma desigual. En lugar de impedirlo, los gobiernos deben acompañarlo de políticas de redistribución que compensen a los perdedores.
A corto plazo, la reacción emocional de muchos ciudadanos y gobiernos europeos podría ser reclamar represalias. Pero la madurez política consiste en resistir los impulsos. Como subraya un reciente informe de ING, Europa tiene instrumentos como el Mecanismo Anti-Coacción, pero debería reservarlos como último recurso, no como primera respuesta. Activarlo ahora podría bloquear cualquier vía diplomática y dar alas a los sectores más proteccionistas de EEUU.
La paz comercial no es una rendición. Es una elección estratégica. Europa no debe responder con la misma moneda, sino con otra mejor: la moneda de la apertura, del equilibrio, del intercambio y del largo plazo. A lo largo de la historia se ha podido ver como los intercambios comerciales han traído siempre mayor prosperidad en términos netos (siempre hay alguien que pierde), la clave es que el campo de juego este equilibrado y los aranceles lo único que hacen es poner baches y pierdas. Si cae el andamiaje del comercio global, no quedarán ganadores, solo ruinas compartidas.
En tiempos de ruido, la UE debe ser la voz serena. Frente al proteccionismo de Washington, responder con generosidad estratégica podría no solo evitar una guerra comercial total, sino convertir a Europa en la defensora de un orden económico global que, con todos sus defectos, ha traído prosperidad durante generaciones.
Fuente: Revista El Economista