África es la gran ‘olvidada’ del mundo… excepto para China. El gigante asiático se está esforzando en cambiar su enfoque y estrategia hacia el continente y eso tiene mucho que ver con la ambición de Pekín de dominar las cadenas de suministro mundiales en un planeta volcado en la transición ecológica. Las inversiones chinas de los últimos años a nivel productivo y tecnológico han estado enfocadas a espolear a sectores como el coche eléctrico o las placas solares. La intención primordial ha sido impulsar el consumo interno y depender menor de las importaciones de alto valor añadido desde países como Alemania. Sin embargo, también había otro objetivo de fondo menos ‘estético’: inundar Occidente -realmente Europa- de bienes y componentes para un mundo sin emisiones, aumentando así su dependencia de China. Este propósito de las autoridades chinas de envolver a regiones como el Viejo Continente en su ‘telaraña verde’ pasa, en parte también, por transformar África: de vasto yacimiento mineral sin explotar a ‘gran fábrica’.
Hasta ahora, China se había centrado en África como ‘gran mina’ de la que obtener materias primas más baratas. Un intercambio económico acompañado de cierto ‘poder blando’ desde Pekín, como se denomina a la capacidad de influencia de un país por la vía de la atracción o la persuasión. En este marco, han destacado en los últimos años los grandes préstamos de China a los estados africanos para su desarrollo. Pero ahora China quiere un cambio de registro.
“Las exportaciones africanas a China siguen siendo en gran medida materias primas sin procesar. Sin embargo, China ha declarado que su estrategia se alejará de la mera extracción de minerales para centrarse en el desarrollo de cadenas de valor locales, la fabricación y la transformación de materias primas en diversos sectores (agricultura, minerales, metales, construcción y confección)”, constata en un informe Callee Davis, analista sobre mercados emergentes de Oxford Economics.
Desde la perspectiva de China, expone Davis, la necesidad de diversificar las cadenas de suministro para alimentar la futura demanda interna es cada vez más urgente, especialmente a medida que aumentan las tensiones comerciales con Occidente. También es clave este impulso a la hora de seguir inundando a Occidente de bienes en la medida de lo posible (no deja de ser una forma también de combatir los aranceles). “La joven población de África y sus bajos costes laborales la convierten en una opción atractiva para deslocalizar los costes de procesamiento y producción, ya que los costes laborales en China y el Sudeste Asiático aumentan, mientras que la tasa de natalidad de China alcanza mínimos históricos y su población envejece”, explica la economista.
El plan es casi perfecto. Por un lado, China lleva el capital y la inversión al continente donde extrae buena parte de las materias primas necesarias para la transición verde. Por otro, logra una mano de obra barata (mucho más barata que la china) en países donde las regulaciones medioambientales son laxas o ni siquiera existen. Por último, lo producido en África por inversión china se puede exportar de forma relativamente sencilla a Europa por la ‘cercanía’ entre África y el continente europeo. A primera vista parece un plan sin fisuras, aunque se enfrenta a algunos retos como la escasez de mano de obra cualificada en África para ciertas tareas, lo que fuerza muchas veces a que las empresas chinas lleven sus propios trabajadores, algo que incrementa los costes y que no está bien visto por la población local.
En la misma línea se muestran los expertos del Boston University Global Development Policy Center, que un informe publicado a finales del verano analizaban cómo China está trabajando para fortalecer la relación económica con África y convertir al continente en una pieza clave de la economía global. Durante las últimas dos décadas, el comercio, la inversión y los préstamos chinos han transformado sectores clave en África, con un enfoque especial en el desarrollo industrial y energético. Según el informe, “China ha promovido dos vías principales de compromiso económico: la electrificación y la extracción, diseñadas para incrementar la capacidad industrial africana”.
La intención de convertir África en una ‘gran fábrica’ de bajos costes no es algo nuevo. Como certifica la investigadora Irene Yuan Sun, autora del libro La próxima fábrica del mundo: cómo la inversión china está remodelando África, en los últimos 15 años, las fábricas chinas han sido expulsadas de suelo nacional por el aumento de los costes, y muchas de ellas han acabado en África. Si las empresas chinas solo hicieron dos inversiones en África en el 2000; hoy hacen centenares todos los años. En Lesoto, por ejemplo, las fábricas de ropa chinas producen pantalones de yoga para Kohl’s, vaqueros para Levi’s y ropa deportiva para Reebok. Casi toda esa producción de Lesoto se transporta en camiones hasta los buques portacontenedores que zarpan con destino a los consumidores estadounidenses.
Esta vez se trata de algo ‘más grande’
Pero es la oportunidad que supone el camino hacia un mundo más ecológico lo que puede hacer terminar de eclosionar esta tendencia. Ya no se trata solo de obtener materias primas como aluminio, litio, níquel, cobalto, manganeso, cobre, biomateriales para alimentar sus industrias verdes; si no de algo más grande. Una muestra clara de esto se ve en cómo ha cambiado la financiación de Pekín a África. El gobierno chino está cambiando su enfoque de la financiación en África, pasando de iniciativas de infraestructuras multimillonarias a proyectos “pequeños, pero hermosos”, sostiene Davis.
En vez de continuar proporcionando a los prestatarios del sector público africano préstamos en condiciones favorables respaldados por el Estado y financiación para el desarrollo, Pekín favorece cada vez más la inversión privada de empresas chinas en África. En el ámbito de las inversiones, las empresas chinas han anunciado más de 112.000 millones de dólares en proyectos de “inversión greenfield” en África desde 2000, centrados en sectores como la minería, la energía y la manufactura. Estas inversiones tienen como objetivo no solo abastecer la demanda china de minerales esenciales, sino también desarrollar capacidades locales que permitan a África convertirse en un actor clave en la transición energética global.
Esta óptica se ha visto más que reflejada en los últimos foros internacionales con ambos actores. En agosto, tras celebrarse el Diálogo de Líderes China-África durante la 15ª Reunión de los países emergentes (BRICS), Pekín trasladó Iniciativa para apoyar la industrialización africana. “China está dispuesta a apoyar el desarrollo y la construcción de industrias manufactureras, digitales y de energía renovable en África, fortalecer el intercambio de conocimientos y la transferencia de tecnología con África, optimizar las medidas de facilitación del comercio con África, ampliar la importación de productos manufacturados industriales de alta calidad de África”, recogía entonces la agencia estatal china Xinhua. En septiembre, durante la macrocumbre China-África, el presidente chino, Xi Jinping, inauguró la cita con un claro mensaje: “China está dispuesta a ayudar a África a construir motores de crecimiento verde”.
Esta insistencia de Pekín en ayudar a África -siempre con el estigma de ser el continente más subdesarrollado- no es un puro acto de generosidad. Con el rabillo del ojo, las autoridades chinas no dejan de mirar a Occidente, sobre todo a una Europa en horas bajas. Si Europa quiere coches eléctricos, paneles solares, etc. China estará ahí para fabricarlos donde sea y al menor precio posible. El problema es que una vez más, Europa se convertirá en un prisionero de China si no lo es ya. En la actualidad parece casi imposible que la transición energética tenga éxito sin el protagonismo chino.
En un exhaustivo análisis sobre la estrategia de Europa de de-risking (reducción de riesgos, reducción de la dependencia), expertos del think tank estadounidense Atlantic Council fundamentan este alto riesgo de que la Unión Europea acabe siendo el ‘prisionero verde’ de Pekín: “Para un continente que ha dado prioridad a la transición hacia energías limpias, el reto consistirá en desvincularse de estas tecnologías, en las que China domina las cadenas de suministro”. La UE importa de China alrededor del 29% de sus aerogeneradores y componentes y aproximadamente el 68% de sus bombas de calor, ponen como revelador ejemplo.
El coche eléctrico, el mejor ejemplo
Pero el mayor reto tanto para los productos ecológicos como para los tradicionales vendrá sobre cuatro ruedas, alerta este panel de estrategas comandado por Jörn Fleck, director senior del Centro Europeo del Atlantic Council. China ha sido durante mucho tiempo un mercado de exportación crucial para la UE y Estados miembros como Alemania, pero la Unión recientemente se ha convertido también en un gran importador de automóviles procedentes de China.
Y es aquí donde África, de nuevo, puede ser clave. Cada vez son más los fabricantes chinos de baterías que están abriendo factorías en África, al tiempo que algunas automovilísticas abren plantas de ensamblaje en la región. El nombre propio aquí es Marruecos. Situado estratégicamente entre África y Europa, y con acuerdos de libre comercio con EEUU y la UE, ha atraído inversiones chinas en vehículos eléctricos y nuevas energías. El grupo chino dedicado a las baterías Gotion High-Tech abrirá una gigafactoría en el país. La empresa Hunan Zhongke Shinzoom Technology, especializada en equipos electromagnéticos y ánodos para baterías, también. El grupo BTR New Material planea igualmente una factoría para producir 50.000 toneladas de cátodos al año.
Otro tanto ocurre con las propias automovilísticas. El fabricante estatal BAIC y con Zeekr, el fabricante de vehículos eléctricos premium de Geely, han anunciado planes para instalarse en Egipto. Se espera que a finales del año próximo, BAIC empiece a producir 20.000 vehículos eléctricos al año en una planta de montaje que está estableciendo en el país. Esa cifra aumentará a 50.000 unidades en su quinto año, en virtud de un acuerdo con Alkan Auto, una filial de Egyptian International Motors (EIM Group), informa Nikei.
Pekín ha sabido anticiparse una vez más, detectando primero una tendencia y poniendo después las bases para estar en el lugar adecuado en el momento justo. El plan de China para dominar toda la cadena de valor y el mercado del coche eléctrico es casi una realidad que oculta un riesgo para los países y regiones que se han quedado atrás y una ventaja para el país que tiene el control de la cadena. El país que domina la cadena de valor incrementa de forma muy notable su fortaleza ante cualquier shock geopolítico.
El ecosistema para la producción interna y masiva de vehículos eléctricos se ha desarrollado durante décadas, aseguraban desde BCA Research en un informe especial sobre el peso de China en toda la cadena de valor del coche eléctrico, los paneles solares y otros componentes clave para la transición. Las empresas chinas representan ahora el 45% de la producción mundial de cobre refinado y tienen la intención de ampliar significativamente esta participación durante el período 2023-2026.
En el mercado del litio, las empresas chinas controlan el 65% del procesamiento de litio y la fabricación de baterías. En el aluminio, que es fundamental para las estructuras de los vehículos ligeros y muy necesarias para que los vehículos eléctricos sean económicos y aumenten su autonomía, las empresas chinas controlan aproximadamente el 60% del mercado mundial. China también domina el suministro de grafito, que es fundamental para la tecnología de baterías basadas en litio, ya que controla más del 90% de la refinación mundial del mineral. China lo controla todo.
Es innegable que el gigante asiático domina la cadena de suministro de los coches eléctricos, acaparando el 78% de la producción de baterías eléctricas, controlando de media el 70% de los componentes de baterías, y dominando el refinado de minerales como el cobre, litio, níquel y cobalto. “Sin apenas representación de refinerías europeas, la competitividad de la cadena de suministro se mantiene sujeta al dominio de China”, sentencia Águeda Parra, en un informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos.
China es cada vez más indispensable para el mundo, mientras que China pretende que el mundo sea cada vez menos importante para ella. Lo que para un país pequeño sería un suicidio (la desconexión del mundo y producirlo prácticamente todo genera muchas ineficiencias en un mundo basado en la división del trabajo), para China quizá es posible y más si empieza controlar regiones ricas en materias primas y mano de obra como África (justo lo que podría empezar a escasear en el gigante asiático). El problema es que Europa será cada vez más dependiente de todo lo que tiene que ver con China, una suerte de prisionero con ‘síndrome de Estocolmo’.
Fuente: Revista El Economista