La productividad es la clave del progreso y la vía más sostenible para alcanzar la prosperidad económica, el sueño de toda sociedad. Este concepto es una suerte de ‘santo grial’ que toda empresa, gobierno o sociedad trata de encontrar: producir más con menos parece arte de magia. La productividad se puede definir, en términos simples y llanos, como la capacidad de producir más bienes y servicios con la misma cantidad de recursos. Cuando la productividad crece, la riqueza de un país aumenta sin necesidad de poner un mayor número de factores de producción (trabajo, capital y tierra) a funcionar, ni echar más horas, ni hacer un mayor esfuerzo. Esto, a su vez, suele traducirse en mejores salarios, mayor control de la inflación, más beneficios, más inversión y un crecimiento económico más sostenible. Por ello parece lógico que la productividad sea la obsesión de gobiernos y empresas. Tras años de letargo y crisis, hoy se puede avistar a lo lejos un lugar en el que la productividad parece haber despertado. EEUU, la mayor economía del mundo, está experimentando lo que pronto podría denominarse como un nuevo ciclo dorado de productividad… mientras Europa se queda rezagada.
La productividad no agrícola, la variable más observada en EEUU, creció un 2,2% anualizado entre el cuarto trimestre de 2022 y el cuarto de 2024. Tal y como apuntan desde el banco de inversión Berenberg en un informe de esta misma semana, es más del doble de lo que marcaba la tendencia anterior a la pandemia. La mismo inercia destacan los analistas de Bank of America (BofA), en un informe para clientes también publicado esta semana, en el que recuerdan que estas cifras son las más se han acercado al ciclo dorado del boom tecnológico (1994-2004), en el que se promedió un fuerte 2,8% anualizado, sobre todo teniendo en cuenta el bajón que sufrió la métrica en el contexto del estancamiento secular de la década de 2010, justo después de la Gran Crisis Financiera.
Para todos estos economistas, además, esta tendencia no es pasajera. “Esperamos que la productividad crezca un 2% interanual en 2025, solo un poco por debajo del 2,3% de 2024”, estiman desde Berenberg. “Creemos que el repunte del crecimiento de la productividad desde 2023 será duradero y que tiene profundas implicaciones para la economía y los mercados”, van aún más lejos desde BofA.
Esto tiene implicaciones cruciales para la política monetaria, ya que “si la Reserva Federal confirma que el crecimiento de la productividad no es transitorio, podría aumentar su estimación de la tasa neutral hasta el 3,5% a finales de 2025”, lo que implicaría tipos de interés más altos durante más tiempo, explican los economistas de Berenberg. De la misma opinión son en BofA: “Un mayor crecimiento de la productividad y el consiguiente aumento del tipo neutral tendrían también una importante repercusión a más largo plazo. Un tipo neutral más alto daría a la Fed más margen para recortar los tipos cuando llegue la próxima recesión. Este mayor margen para la acomodación monetaria es probablemente más importante en la medida en la que el margen para una política fiscal anticíclica es más difícil de argumentar dados los actuales problemas de déficit de EEUU”.
Este auge de la productividad está permitiendo que el PIB real de EEUU crezca a buen ritmo sin generar (demasiadas) presiones inflacionistas. “Un mayor crecimiento de la productividad amplía la capacidad productiva de la economía y permite un crecimiento más rápido sin sobrecalentamiento”, destaca Berenberg. En otras palabras, la inflación puede mantenerse contenida incluso con un mercado laboral fuerte y salarios en ascenso.
Todo este escenario se abre paso mientras Europa y el Reino Unido siguen rezagados en este aspecto. Desde 2019, la eurozona no ha registrado ningún crecimiento de productividad, mientras que en el Reino Unido se ha mantenido estancada tras la pandemia”, señala Berenberg. Esta brecha refleja diferencias estructurales en la inversión en tecnología, el dinamismo empresarial y las políticas económicas, lo que deja a EEUU con una ventaja competitiva cada vez mayor.
Algo cambió tras la pandemia
El camino hasta esta buena tendencia en EEUU ha tenido ‘de todo’. Como señalan desde BofA, tras el colapso de la economía mundial en 2008, las perspectivas eran sombrías: cundía la idea de que la productividad laboral estaba estancada mientras las empresas estadounidenses protagonizaban una era de crecimiento de los beneficios diseñado financieramente (impulsado por recompras, financiación barata y reducción de costes) en el universo de los tipos de interés cero. Igualmente, se citaban como razones de la menor productividad las mayores regulaciones tras los excesos previos a la crisis, los mayores costes de seguridad, una estructura de mercado más oligopólica con altas barreras de entrada, la fungibilidad de la mano de obra a través de la globalización e incluso un aumento de las tasas de encarcelamiento , derivando todas ellas en una reserva menos productiva de mano de obra.
Lo que ocurrió con el estallido del covid merece una radiografía aparte, tercian desde BofA. Nada más comenzar los casos en Occidente y detenerse bruscamente la actividad, las tasas de productividad se empezaron a disparar, ya que esta variable tiende a aumentar durante las recesiones, debido a que los despidos se concentran en empleos con salarios más bajos, por lo que la pérdida de horas trabajadas excede la pérdida de producción. Asimismo, los despidos se registraron especialmente en los servicios de alto contacto, asociados siempre a una menor productividad, en detrimento de la producción de bienes. La guinda fueron los estímulos fiscales sin precedentes, que apoyaron la producción (en particular, el gasto) mucho más que el empleo, aumentando también el crecimiento de la productividad.

Todo eso cayó como un castillo de naipes en 2021. Con la reapertura de la economía, el gasto se orientó hacia los servicios de alto contacto, la contratación aumentó bruscamente en esos sectores y la economía estadounidense añadió 4,5 millones de empleos en 2022, pero el PIB creció sólo un 1,3% ese año y, como resultado, la productividad cayó bruscamente de nuevo a la tendencia previa. Volvieron a surgir los temores de un desplome de la productividad, citando los expertos fenómenos como la ‘renuncia silenciosa’ (dejación en las tareas antes de abandonar un puesto) o el teletrabajo.
Sin embargo, algo cambió en 2023. La productividad se ha acelerado bruscamente por encima de la tendencia desde principios de ese ejercicio. Las razones detrás de este auge son diversas. Desde Berenberg señalan en primera instancia que el empleo ha empezado a crecer en sectores más productivos, dejando atrás la concentración de contrataciones en industrias de bajo valor añadido como hostelería, educación y sanidad. Desde la firma opinan que “la productividad podría haber alcanzado el 3% anual si no fuera por la expansión del empleo en sectores de baja productividad en los últimos dos años”. Además, la inversión en capital sigue siendo fuerte, impulsada por una política fiscal expansiva y una mayor confianza en el futuro de la economía.
Razones para un nuevo ciclo dorado
La cuestión es que, para los expertos, este repunte tiene fundamentos, lo que les hace ser más optimistas sobre la fortaleza estructural de la economía. Los de BofA calculan que un aumento sostenido del crecimiento de la productividad podría apoyar un crecimiento tendencial del PIB de hasta el 2%-2,5%. La clave para mantener este ciclo virtuoso en EEUU será la combinación de un mercado laboral sólido, inversión en innovación y un entorno fiscal favorable. Como señalan en Berenberg, “el auge en la construcción de fábricas impulsado por incentivos fiscales empezará a dar frutos, y esperamos un fuerte aumento en el gasto en equipos y software“. Además, la fuerte demanda interna y la estabilidad de la confianza empresarial refuerzan las perspectivas de crecimiento a largo plazo.
Profundizando algo más, desde Bank of America enumeran las tres razones de peso por las que ven sostenible este repunte en la productividad. La primera pasa por la formación de nuevas empresas. La tendencia en las solicitudes y la formación de empresas ha cambiado significativamente desde la pandemia. Las solicitudes empresariales de alta propensión (solicitudes empresariales que tienen una alta propensión a convertirse en empresas con nóminas o “empresas empleadoras”) se dispararon a partir de finales de 2020 y siguen estando por encima de los niveles anteriores al covid. En enero de 2025, estaban un 37% por encima de los niveles de diciembre de 2019.
Al principio se plantearon dudas sobre si este aumento de las solicitudes se traduciría en la creación de nuevas empresas empleadoras, en lugar de empresas en las que el propietario es el único trabajador. Investigaciones recientes han demostrado que, de hecho, los sectores y los lugares en los que se ha producido un mayor aumento de las solicitudes han ido acompañados de grandes incrementos en la creación de empresas empleadoras. En este sentido, el sector tecnológico representa una parte desproporcionada del aumento del número de establecimientos empresariales en EEUU desde 2019.
La segunda razón de peso para por la ola de desregulación que parece traer Donald Trump bajo el brazo. La amplia agenda en materia de desregulación por parte de la nueva Administración Trump debería beneficiar a los sectores altamente regulados (como el financiero dentro del S&P 500), ya que es probable que se reduzcan las cargas regulatorias que crean barreras a la entrada a través de costes fijos. Un entorno normativo y fiscal más favorable igualmente debería favorecer la creación de empresas, apuntan también desde BofA.
El tercer factor que puede sustentar este nuevo ciclo dorado es la mayor inversión en capital. El ritmo de la inversión de capital se ralentizó sustancialmente desde la Gran Recesión y se mantuvo muy por debajo de las tendencias anteriores durante la década siguiente, pero en los últimos años se ha asistido a un repunte. Por ejemplo, la inversión en software se aceleró en las primeras fases de la pandemia. Entre 2020 y 2022, la inversión en software creció a un ritmo medio anualizado de alrededor del 13%, gracias sobre todo al teletrabajo. Acto seguido, fue la inversión en infraestructuras la que creció con medidas como la Ley CHIPS o la Ley de Reducción de la Inflación (IRA). Este crecimiento de la inversión en estructuras se enfrió en 2024 al disminuir los vientos de cola fiscales, pero en la tercera fase, el testigo pasó al gasto en bienes de equipo.
Las fábricas construidas en 2022-23 se están “equipando” y el crecimiento de la inversión en bienes de equipo debería seguir siendo sólido, confían en BofA. Además, destacan estos analistas, el impulso hacia la construcción de una base manufacturera estadounidense sólida se ha convertido en una de las pocas áreas de apoyo bipartidista (con los dos grandes partidos, demócratas y republicanos, de acuerdo). “Trump 2.0 podría seguir incentivando la inversión si se recupera la desgravación total de las inversiones de capital, y un tipo impositivo más bajo para las empresas también podría ayudar. Las subvenciones a la producción de energía también están sobre la mesa, por lo que es probable que la profundización del capital continúe bajo Trump”, redondean estos expertos.
La IA, la ‘guinda’ del pastel
Por último, está lo que estos estrategas consideran la ‘guinda’ del pastel: la innovación tecnológica y el impacto de la inteligencia artificial (IA) en la eficiencia de las empresas. Un claro ejemplo está en la pujante inversión relacionada con los centros de datos. Pero, pese al innegable el potencial que ofrece esta nueva tecnología, sin embargo, desde Berenberg advierten de que es demasiado pronto para atribuirle el mérito total a la IA, ya que “las industrias que más han contribuido al crecimiento de la productividad son la tecnología y el comercio minorista, aunque solo el 5,3% de las empresas en EEUU usan IA de forma significativa”. Aun así, si la IA resulta ser tan transformadora como lo fue Internet en su día, podríamos estar en los albores de una nueva revolución productiva.
Buceando en el ámbito académico, desde BofA recopilan opiniones contrarias: “Por un lado, algunos investigadores sostienen que podría replicar el auge tecnológico o superarlo y dar lugar a una década o más de mayor productividad en EEUU. Por otro lado, algunos académicos piensan que los beneficios de la IA podrían ser más efímeros y de alcance más limitado. Sostienen que la adopción de la IA solo provocará un desplazamiento sin un crecimiento proporcional de la productividad”.
“Las pruebas de la monetización de la IA son escasas y es posible que no se hagan evidentes en los datos macroeconómicos a corto plazo. Las recientes noticias en torno a DeepSeek añaden algo más de incertidumbre en este frente, pero las empresas estadounidenses siguen acelerando el gasto en IA. Por ahora, la implantación de la IA como tal representa un riesgo al alza para la productividad, y cualquier beneficio potencial de la IA en el futuro debería impulsar aún más la productividad“, cierran desde el banco americano. El ‘santo grial’, al alcance de la mano.
Fuente: Revista El Economista