Últimamente están cayendo grandes mitos sobre Alemania: ya no es la locomotora del crecimiento económico europeo, sus coches ya no son los más codiciados del mundo y sus autoridades ya no son esos férreos garantes de la disciplina fiscal. Ahora, parece que se deshace otro mito que ha perdurado mucho tiempo y que tiene que ver con la energía. En los repetidos análisis que se han hecho en los últimos años sobre la caída en desgracia de la economía de Alemania, uno de los mantras más repetidos ha sido el papel decisivo en este declive del fin del “barato gas ruso”. El relato encajaba a la perfección: una siempre industrial Alemania, con sectores muy intensivos en energía, veía hundirse el suelo bajo sus pies cuando la invasión rusa de Ucrania cortaba de golpe su suministro energético por excelencia, comercializado en ‘tarifa plana’ desde Moscú. Aunque la excesiva dependencia de Alemania del gas ruso ha quedado más que probada en este nuevo y peligroso mundo posterior a la pandemia, esta narrativa llevaba anexa otra lectura subyacente: el ‘milagro’ industrial alemán fue posible gracias a esa “barata” energía desde Rusia. Un axioma que algunos analistas ponen ahora en tela de juicio.

“Alemania no disfrutó de costes energéticos preferenciales como resultado de la generosidad gratuita de Rusia antes de la crisis energética”, rompe la baraja el estratega de BCA Research Marko Papic en un informe reciente en el que cuestiona la narrativa imperante de que las recientes zozobras en los mercados energéticos forzarán a una desindustrialización europea. “Los costes energéticos son sólo un pequeño insumo en el conjunto del sector industrial europeo”, es su tesis de partida.

En su retrospectiva, Papic no esconde la incontestable dependencia de Alemania del gas ruso. Los datos están ahí y han sido insistentemente expuestos desde que Rusia entró en Ucrania. Justo antes de la invasión, Moscú proporcionaba un tercio del petróleo de Alemania, alrededor de la mitad de sus importaciones de carbón y más de la mitad de su gas. Algunos países europeos dependían de Rusia para más del 80% de su suministro de gas, entre ellos Austria y Letonia. Pero Alemania fue con diferencia el mayor cliente de gas ruso por volumen, importando casi el doble que Italia, el siguiente mayor cliente.

Esta dependencia se remonta a más de medio siglo. En la década de 1960, la industria pesada de la entonces Alemania Occidental buscaba energía barata y estaba dispuesta a suministrar a la Unión Soviética los gasoductos necesarios para el bombeo de gas. Mientras tanto, estos gobiernos buscaban suavizar las relaciones políticas con los soviéticos. Posteriormente, se ampliaron los lazos económicos bajo el lema Wandel durch Handel (cambio a través del comercio), que culminó con la construcción de Nord Stream 1 y Nord Stream 2, gasoductos que conectan directamente Alemania con el gas ruso bajo el mar Báltico.

La cronología de las últimas décadas es particularmente reveladora de cómo Alemania se volvió (o la volvieron) cada vez más ‘adicta’ al gas ruso. En 2005, el entonces canciller alemán, el socialdemócrata Gerhard Schröder, firma una declaración de intenciones con el presidente ruso, Vladímir Putin, para construir el gasoducto Nord Stream 1. Dos décadas después, los socialistas alemanes reniegan de un Schröder con importantes lazos con el Kremlin (de amistad con el propio Putin), hasta el punto de haber ocupado ‘sillones’ en la destacada energética rusa Rosneft y de haber tenido que renunciar por el repudio de la opinión pública germana a una suculenta oferta de Gazprom.

En 2013, ya con la conservadora Angela Merkel en el poder, la dinámica sigue. Empieza a funcionar el Nord Stream 1 y se empieza a proyectar el Nord Stream 2. En 2014, en marzo, Rusia se anexiona ilegalmente la península ucraniana de Crimea, pero Merkel decide continuar con el proyecto del gasoducto al tiempo que su gobierno sigue impulsando el cierre de todas las centrales nucleares del país, motivado, en principio, por el shock que produjo el accidente de Fukushima en Japón en 2011. En 2016, los recelos sobre esta infraestructura se empezaron a multiplicar dentro de la UE e incluso un ‘recién llegado’ Donald Trump alertaba a Alemania de que se estaban volviendo demasiado dependientes del gas ruso. Berlín no atendió a razones y siguió adelante hasta que todo saltó por los aires (incluidos los dos gasoductos en unos actos de sabotaje todavía por esclarecer).

Pero todo este ‘romance’ energético no significaba que Rusia le ‘regalara’ la energía a Alemania y que estos ‘asequibles’ megavatios/hora alimentasen a coste mínimo a las fábricas teutonas, pone pie en tierra Papic. “Aunque la producción de gas ruso fuera barata y su suministro estuviera ampliamente disponible, no hay muchos indicios que sugieran que esto se tradujera en precios más baratos para los usuarios finales en Europa”, pone de manifiesto el estratega de BCA Research.

El contexto es importante. Los mercados europeos de la energía se liberalizaron considerablemente a lo largo de la década de los 2000. Cuando el gasoducto Nord Stream 1 entró en funcionamiento en 2012, la mayor parte del gas en el norte de Europa pasó de cotizarse mediante contratos a largo plazo de escalada de precios del petróleo (OPE) a un mecanismo gas-on-Gas competition (GOG) basado en el comercio de mercado abierto en los centros de distribución de gas. Es decir, con el precio determinado por la dinámica de la oferta y la demanda dentro de un mercado definido, normalmente un hub virtual de gas. Esta liberalización de los mercados del gas hizo que los precios respondieran a la dinámica energética europea y mundial. Por tanto, resuelve Papic, los precios al por mayor de las importaciones alemanas de gas por gasoducto se movieron en línea con la referencia europea (TTF holandés) durante la mayor parte de la década de 2010 y, en ocasiones, incluso la superaron.

Al mismo tiempo, introduce el analista, los precios europeos del gas tenían una prima significativa respecto a la referencia Henry Hub en EEUU y, en general, estaban más cerca de los precios del gas natural licuado (GNL) importado por las economías de Asia. Los precios del gas pagados por el sector industrial siguieron una tendencia similar: la industria alemana pagó de media el mismo precio que la UE, aproximadamente el doble que en EEUU y un 25% más barato que las principales naciones industriales de Asia. Sin embargo, los costes industriales de la electricidad en Alemania se situaron sistemáticamente por encima de los precios pagados por el resto de la UE y la mayoría de las demás naciones industriales desarrolladas.

Papic (BCA Research): “La economía alemana pudo salir adelante a pesar de los precios de la energía, no gracias a ellos”

Por lo tanto, colige Papic, “la economía alemana pudo salir adelante a pesar de los precios de la energía, no gracias a ellos”. Por un lado, desarrolla el economista, Alemania estimuló la innovación, lo que hizo que la industria local se situara sistemáticamente entre las más eficientes del mundo desde el punto de vista energético. Pero, lo que es más importante, recalca, es que probablemente se exageró el papel de la energía en los resultados del sector industrial: “Aunque la energía es una parte vital de cualquier proceso de producción, la industria alemana se especializa en la fabricación de alto valor añadido, donde los costes energéticos representan una parte menor de los costes de los insumos”.

Según los datos recopilados por BCA, antes de la crisis energética, las industrias alemanas intensivas en energía únicamente representaban el 20% del valor añadido industrial total y una proporción aún menor del empleo total. Una empresa europea media sólo gastaba en energía entre el 1% y el 3% de los costes totales de producción. Sin duda, el aumento de los costes de la energía en 2021/2022 ha perjudicado a todas las empresas, pero sólo los sectores más intensivos en energía, como el químico y el de materiales, han experimentado un impacto significativo en sus volúmenes de producción y empleo. Lo cierto es que la fabricación de alta tecnología ha seguido resistiendo a pesar de la ralentización de otros sectores de la economía.

Desde una perspectiva macroeconómica, la comparativa de la competitividad de la industria alemana frente a la estadounidense es providencial para Papic: “A pesar de que los costes medios de la electricidad son siempre superiores a los de EEUU, el valor añadido de la industria manufacturera alemana no disminuyó en relación con EEUU en la última década. Los defensores del mito de que el modelo económico alemán se basa en el gas ruso barato tienen que explicar cómo es posible. No sólo se equivocan al afirmar que Alemania tenía acceso a gas ruso barato, ¡sino que se equivocan al afirmar que el éxito alemán tenía algo que ver con la energía barata!”.

En su epílogo, el analista llega a despacharse a gusto contra la visión dominante todo este tiempo: “Lo que nos parece deliciosamente divertido es que a estos turistas geopolíticos se les haya ocurrido pensar que Rusia enviaba gas natural a Alemania ¡con descuento! Ya saben, ¡porque la historia está repleta de ejemplos de la magnanimidad de Moscú hacia Berlín!”.

Fuente: Revista El Economista 

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