De la crisis inmobiliaria a la lucha contra el monstruo de la inflación: grandes hitos del BCE en 25 años de historia

El Banco Central Europeo (BCE) cumple años, aunque la realidad es que tiene poco que celebrar. Los precios en la eurozona suben a un ritmo que más que triplica el objetivo de inflación de la institución y algunos componentes como los alimentos no muestran signos claros de moderación. No es de extrañar que el BCE se encuentre en su vigésimo quinto aniversario en medio de una crisis. En su corta vida, los diferentes presidentes de la institución y sus Consejos de Gobierno se han enfrentado a cinco crisis de naturaleza muy diferente: el estadillo de una burbuja tecnológica en Estados Unidos; una crisis financiera aliñada con una burbuja inmobiliaria en varios países del euro; una crisis de deuda soberana que casi acaba con la moneda única; una pandemia mundial… y cuando ya parecía imposible que la situación empeorase, llega la mayor subida de la inflación en décadas, junto a una guerra en territorio europeo.

 

El 25 de mayo de 1998 fueron escogidos los seis miembros del primer Comité Ejecutivo del BCE, pero no fue hasta unos días después, el 1 de junio, cuando el organismo empezó a funcionar oficialmente en virtud del Tratado de Maastricht. Sucedió medio año antes de que comenzara la introducción del euro, la ‘moneda única’ con la que la Unión Europea (UE) buscaba integrar las economías de todos los países que la conforman.

No obstante, hay que remontarse a finales de los 80 para encontrar el verdadero origen del Banco Central Europeo. En concreto, a junio de 1988, cuando el Consejo Europeo decidió que la Unión Económica y Monetaria de la UE se llevaría a cabo de forma progresiva. Los primeros pasos se dieron a lo largo de los 90 y a finales de la década (y a las puertas del siglo XXI) el BCE tomó el mando único de la política monetaria de toda la eurozona. Eso sí, no pasó a ser una institución de la Unión Europea hasta 2009, con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que deja claro su cometido: el “objetivo principal” es “mantener la estabilidad de precios”. Para conseguirla, su principal herramienta son los tipos de interés.

El BCE ha adelantado un poco la celebración de su vigésimo quinto aniversario, pues el acto conmemorativo tiene lugar este 24 de mayo en Fráncfort, ciudad en la que se encuentra su sede, a orillas del río Meno.

A lo largo de estos cinco lustros, el Banco Central Europeo ha contado con cuatro presidentes: tres hombres (Wim Duisenberg, Jean Claude Trichet y Mario Draghi) y una mujer (Christine Lagarde). Quizá se tiende a ver de forma más dramática los hechos recientes que los pasados, pero lo cierto es que el BCE se ha ido enfrentando a situaciones cada vez más complejas de gestionar. La parte positiva, que también existe, es que algunos de estos eventos límite han unido a los países europeos en una toma de decisiones que hace 20 años parecía imposible.

Duisenberg: el que no escuchaba y vio al euro en mínimos

No siempre fue tan ajetreada la vida del Banco Central Europeo. Los primeros años fueron relativamente tranquilos, aunque no estuvieron exentos de polémica. La cara visible de esa etapa fue la del neerlandés Willem Frederik Duisenberg, más conocido como Wim Duisenberg, quien asumió el cargo como presidente del BCE el 1 de julio de 1998.

Alto, de voz grave y con un pelo blanco muy característico, antes de aterrizar en el BCE Duisenberg ganó buena fama con su política monetaria al frente del banco central de Países Bajos, la cual estuvo muy vinculada a la del banco central alemán (el Bundesbank) y se caracterizó por la cautela. Fue precisamente el respaldo claro de Alemania lo que permitió el nombramiento de Wim Duisenberg como primer presidente del Banco Central Europeo, pese al rechazo de Francia, que quería que el puesto fuera ocupado por Jean Claude Trichet, el entonces gobernador del banco central galo. La solución a este (enésimo) choque entre París y Berlín fue que el banquero neerlandés no agotara su mandato (de ocho años no renovables) al frente del BCE. Y así fue: Duisenberg anunció en julio de 2003 que abandonaba la presidencia del organismo monetario y lo hizo oficialmente cuatro meses después.

No obstante, el holandés fue el rostro de un hito para la historia del Viejo Continente: la introducción del euro, primero, en los mercados y, posteriormente en 2002, en cientos de millones de hogares europeos. Él mismo admitió en un artículo publicado en 2005 que “los primeros años del BCE fueron un ‘bautismo de fuego’” debido a una “serie crisis específicas” que afrontó la nueva moneda al poco de nacer: “La mayor provino inicialmente del abrupto ascenso de los precios del petróleo y, más tarde, del rápido debilitamiento del tipo de cambio, lo que provocó un fuerte aumento de los precios de las importaciones”, escribió Duisenberg.

Con esas palabras, hizo referencia a los mínimos históricos que a principios de siglo marcó el euro en su cruce con el dólar estadounidense, llegando a intercambiarse un euro por menos de 85 centavos. Actualmente un euro vale alrededor de 1,08 dólares. La divisa comunitaria se estrenó en el 99 intercambiándose por 1,18 billetes verdes, pero en el inicio del siglo XXI (en concreto, el 27 de enero del 2000), el euro cayó por primera vez por debajo del nivel de paridad (1 euro = 1 dólar) con la moneda norteamericana.

Las mencionadas bajas cotas récord se registraron precisamente después de que en octubre de 2000 Wim Duisenberg asegurara que el BCE no intervendría en el mercado de divisas para apuntalar el euro.

Esa es solo una prueba de la torpeza del banquero neerlandés a la hora de comunicar la política monetaria del Banco Central Europeo, algo por lo que fue criticado en numerosas ocasiones, además de por su actitud desdeñosa hacia los políticos del Viejo Continente. En este sentido, uno de sus momentos más representativos fue cuando en una rueda de prensa, preguntado sobre las peticiones para que el BCE bajara los tipos, respondió: “Oigo, pero no escucho”.

Sin embargo, el Consejo de Gobierno del BCE acabó bajando los tipos de interés a niveles no vistos en la corta historia del instituto monetario, con el objetivo de fomentar la economía del euro. Aun así, el banco central no evitó la recesión de 2001 y no fueron pocos los que aseguraron que la ralentización de la eurozona podría haber sido menos profunda si el organismo hubiera recortado los tipos antes y de forma más agresiva. En cambio, Duisenberg valoró pocos años después que “la breve historia de la política monetaria del BCE” ya estaba “marcada por el éxito”.

 

Wim Duisenberg, primer presidente del Banco Central Europeo, en junio de 2003. Fotografía de archivo. Autor: Ralph Orlowski (Bloomberg).

Trichet: de la crisis financiera a la de deuda soberana

El 1 de noviembre de 2003, Jean Claude Trichet asumió el cargo como presidente del BCE. Sus primeros años se caracterizaron por la continuidad. El banquero francés mantuvo sin cambios (en niveles relativamente bajos) los tipos hasta finales de 2005, lo que años después ha sido considerado como un error. Esta política de bajos tipos de interés alimentó una burbuja crediticia en los países que presentaban un mayor crecimiento económico (España, Irlanda, Grecia…). Por su parte, los bajos tipos también en EEUU estaban generando igualmente importantes desequilibrios (una burbuja inmobiliaria, agravada por la titulización de hipotecas y la concesión de hipotecas subprime o basura).

¿Por qué mantenía el Trichet los tipos bajos? Las economías de Francia y Alemania no terminaban de despegar y la inflación del conjunto del euro daba espacio al BCE para mantener los tipos muy bajos. No obstante, aunque la inflación se encontraba cerca del 2% en el conjunto de la zona euro, economías como España superaban holgadamente ese objetivo, lo que dejaba entrever que se estaban generando importantes desequilibrios. Con la inflación por encima del 3%, los tipos de interés reales frisaban el terreno negativo en España, lo que incentivaba el endeudamiento de los agentes. Familias y empresas centraron su inversión y endeudamiento en el ladrillo.

Cuando Trichet y el Consejo de Gobierno comenzaron a subir los tipos de interés (finales de 2005), ya era demasiado tarde para economías como la española. El BCE elevó la tasa de depósitos en 225 puntos básicos entre diciembre de 2005 y julio de 2008, cuando se situaron en el 3,25% (tasa de depósitos) y 3,75% (tipo principal de refinanciación). La Reserva Federal estadounidense (Fed) elevó el precio del dinero del 1% hasta el 5,25%. El endurecimiento monetario en EEUU prendió la chispa de la crisis subprime. El contagio llegó rápido a la zona euro. El crédito se secó y los países que habían basado su crecimiento en el endeudamiento (sobre todo con deuda externa) sufrieron el golpe con más fuerza.

Desde entonces, el BCE apostó por bajar los tipos de referencia de forma contundente (con alguna vacilación en medio), pasando desde el 3,25% al 0,25% en abril de 2009 en el caso de la tasa de depósito. El tipo principal de refinanciación cayó desde el 3,75% hasta el 1%. A la vez que se bajaban los tipos, los gobiernos pusieron en marcha planes de estímulo que se activaron junto a los estabilizadores automáticos (prestaciones por desempleo, ayudas…). La economía logró estabilizarse, pero las fragilidades eran muy notables. La deuda pública comenzó a subir rápidamente en los países que partían con mayores desequilibrios, lo que estaba ya generando ciertas tensiones en los mercados: el BCE había bajado los tipos a cerca de cero, pero los bonos periféricos presentaban rentabilidades del 4 y 5%. Hay que recordar que entonces no había quantitative easing (programas de compras de bonos masivas).

La estocada final a los países vulnerables o periféricos fue lo que se conoció como el ‘trichetazo’, una subida de tipos en julio de 2011 para intentar aplacar el reciente incremento de la inflación que repuntaba al calor de la subida del petróleo. Este movimiento auspiciado por los halcones (aquellos que defienden una política monetaria más restrictiva) del BCE desencadenó una crisis de deuda en la zona euro (los intereses de los bonos de los países del sur de Europa e Irlanda se dispararon) que estuvo a punto de acabar con el euro. Grecia, Portugal e Irlanda tuvieron que ser rescatadas, mientras que España recibió una inyección de dinero para ‘rescatar’ a las cajas de ahorro.

Jean Claude Trichet dejó la presidencia del BCE con una zona euro patas arriba. El italiano Mario Draghi tomó el relevo el noviembre de 2011 con una misión nada sencilla: evitar la ruptura del euro. Las condiciones que se habían impuesto junto a los paquetes de rescate de la conocida como troika comenzaron a generar un enorme malestar en los países del sur de Europa. La salida de Grecia del club del euro fue una posibilidad que finalmente no llegó a suceder, pero el riesgo fue real.

 

Jean Claude Trichet, expresidente del BCE, en julio de 2019. Imagen de archivo. Fotografía: Christophe Morin (Bloomberg).

Draghi: los tipos negativos y el QE

El 1 de noviembre de 2011 comenzó su mandato y solo dos días después el Banco Central Europeo anunció la primera bajada de tipos en dos años, para dejar el tipo principal de refinanciación en el 1,25%, la facilidad de depósito en el 0,50% y la marginalidad de crédito en el 2%. La inflación se encontraba por encima del 2%, superando el objetivo que se marca el BCE, con un barril de petróleo que había vuelto a superar los 100 dólares. Sin embargo, la economía de la zona euro se adentraba en la crisis de deuda soberana y la actividad se desaceleraba a pasos agigantados, la excusa perfecta para la llegada de un descenso de los precios y empezar a bajar tipos.

Mario Draghi y el Consejo de Gobierno del BCE anunciaron varios recortes de tipos que, sin embargo, no sirvieron para aplacar las ventas de deuda soberana de los PIGS por parte los inversores, incluso a pesar de los rescates de la troika (Grecia, Irlanda y Portugal) y las expectativas de más bajadas de tipos. Los siguientes en caer podían ser España, Italia y quién sabe si hasta Francia, las primas de riesgo estaban disparadas y el miedo a la desintegración del euro dominaba a inversores y agentes económicos.

Al final, lo más importante para ‘rescatar’ al euro no fueron las acciones, sino las palabras. Draghi logró revertir la situación, o dar una patada hacia delante (según se mire), con el mítico discurso pronunciado en julio de 2012 en el que aseguró que el BCE haría todo lo que fuera necesario para preservar la integridad del euro (el mítico “whatever it takes“). Esa promesa incondicional vino días después acompañado del programa OMT (permitía la compra de deuda en el mercado secundario de países concretos), que con su sola presencia (no ha llegado a usarse) relajó las primas de riesgo y evitó una mayor fractura entre los países del euro. Los intereses cayeron más y las primas se comprimieron.

El BCE de Draghi también aprovechó para lanzar lo que sería el embrión de las subastas de liquidez a muy largo plazo (TLTRO) para la banca. Estas se llamaron VLTRO y supusieron un salto en el balance del banco. Los bancos pedían liquidez que luego usaban para comprar deuda soberana, generando un círculo vicioso entre bancos y sus países que acabó siendo peligroso para el sistema financiero, pero que también contribuyó a reducir el interés de la deuda soberana.

Con los mercados calmados y la economía recuperando el pulso, apareció el fantasma de la deflación en la zona euro. Aunque la economía de la región comenzó a crecer en 2013, la inflación inició una senda descendente que el desplome del petróleo (con la irrupción del fracking en EEUU) amplificó generando grandes dudas sobre el poder el banco central para mantener el índice de precios al consumo (IPC) cerca del 2%.

Una vez más hubo respuesta: tarde o no, Mario Draghi y el BCE anunciaron las primeras TLTRO en 2014, orientadas para que el crédito fluyese a familias y empresas en lugar de acabar en la deuda soberana. Por si esto fuera poco, Draghi cruzó una frontera más y metió a la zona euro en el mundo de los tipos de interés negativos en junio de 2014, anunciando que el tipo sobre la facilidad de depósito sería del -0,10%, donde los bancos aparcan su exceso de liquidez. Esta decisión tenía la intención de incentivar a los bancos a aumentar el crédito y reducir sus niveles de liquidez que tenían esa penalización del -0,10%.

Además, el italiano fue el primer presidente en usar las compras masivas de bonos, que anunció en enero de 2015 y que hoy se han convertido en una herramienta más de política monetaria (los bancos centrales incrementan y reducen el balance como herramienta complementaria a las subidas y bajadas de tipos).

El BCE de Draghi terminó llevando los tipos hasta el -0,5%. El italiano fue víctima de las críticas más feroces de los halcones, que llegaron a acusarle de manejar el BCE a su antojo sin contar con la opinión de todos los miembros del Consejo en las reuniones de política monetaria. Mario Draghi fue considerado una paloma (aquellos que defienden una política monetaria muy expansiva). Y entre los halcones y las palomas… llegó el búho.

 

Mario Draghi, expresidente del BCE, en julio de 2019. Fotografía de archivo, hecha por Patrick T. Fallon (Bloomberg).

Lagarde: el búho que capitanea un alza de tipos histórica

Christine Madeleine Odette Lagarde tomó las riendas del Banco Central Europeo a finales de 2019, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar el cargo. En una de sus primeras entrevistas como presidenta de la institución, la abogada francesa se definió como un búho. Ni halcón ni paloma; ni en un bando ni en el otro de la percepción de la política monetaria. “Son animales muy sabios”, aseguró entonces. Y defendió que todos los miembros del Consejo de Gobierno del BCE “tienen que estar a una”.

De esta forma, apelando a la unanimidad o, al menos, al consenso en el seno del organismo monetario del euro y mostrando un perfil más bien político, la gala cogió el mando de la política monetaria de la eurozona en un momento en el que los tipos de interés estaban en mínimos. Y Lagarde apuntó alto nada más comenzar: tras su primera reunión del Consejo anunció una revisión del objetivo de inflación y, en general, del mandato del BCE, con la idea de incluir nuevos factores en la toma de decisiones de la entidad central como la desigualdad o el cambio climático.

Sin embargo, sus planes pasaron rápidamente a un segundo plano. A los pocos meses el mundo entero se paralizó por la irrupción del covid-19 y el estallido de la pandemia. En un primer momento, el BCE apenas actuó: el 12 de marzo de 2020 se limitó a mantener los tipos, cuando el mercado esperaba un recorte, y a anunciar más inyecciones de liquidez a la banca y más estímulos por ‘apenas’ 120.000 millones de euros. Ese acabó siendo el peor día de la historia de la bolsa española y la europea y Lagarde recibió no pocas críticas por su gestión comunicativa. Hubo que esperar una semana para que el banco central, tras una reunión de emergencia, sacara la ‘bazuca’ con un nuevo programa de compras masivas de bonos, el conocido como PEPP, que comenzó teniendo un volumen de 750.000 millones y acabó contando con 1,85 billones de euros. En cuanto al precio del dinero, la tasa de depósito terminó descendiendo al -0,5% (desde el -0,1% previo).

Pasada la tormenta inicial por el coronavirus, el Banco Central Europeo acabó estableciendo en julio de 2021 un nuevo objetivo de inflación en la zona euro, más alto que el anterior, e incluso se plantea revisarlo de nuevo (aunque no en el corto plazo).

Lo que el BCE no esperaba era que, tras la pandemia, y en los inicios de una delicada recuperación de la economía tras un shock histórico, estallara a principios de 2022 una guerra en el continente europeo con la invasión rusa de Ucrania. Un conflicto bélico que no tardó en notarse en los bolsillos de la ciudadanía de toda la zona del euro, pues la inflación, que ya comenzó a ‘calentarse’ en 2021 con el levantamiento de las restricciones anti-covid (sumado a años de políticas monetarias expansivas y con el ‘dinero gratis’), pasó a dispararse. Para muestra, un botón: si el objetivo de inflación del Banco Central Europeo a medio plazo es simétrico al 2%, llegó a superar el 10% a finales de 2022. Y aun a día de hoy se encuentra muy por encima de dicha meta. El propio BCE no prevé doblegar la inflación hasta 2025.

La guerra en Ucrania estalló a finales de febrero del pasado año, pero no fue hasta verano (julio) cuando Lagarde y el resto de miembros del Consejo de Gobierno decidieron subir los tipos de interés. La Fed norteamericana ya había comenzado a hacerlo cuatro meses antes. Eso sí, el BCE empezó a endurecer su política monetaria pisando fuerte: la primera alza de tipos fue de 50 puntos básicos, aunque la propia institución había anticipado que sería de 25. A esa le siguieron dos incrementos históricos de 75 puntos básicos. Posteriormente la entidad volvió a desacelerar el ritmo, pero el encarecimiento del dinero no ha terminado en Europa: el BCE ha elevado los tipos de interés 375 puntos básicos en nueve meses y la propia Lagarde ha asegurado que quedan más subidas por venir. “No estamos pausando las alzas, esto está muy claro“, subrayó la presidenta del BCE en varias ocasiones en la rueda de prensa posterior a la última reunión del organismo.

El mandato de Lagarde no acabará, en principio, hasta finales de 2027. Por ahora se desconoce quién cogerá el relevo. Tampoco hay certeza sobre hasta dónde y hasta cuándo aumentarán los tipos de interés en lo que queda del mandato de la lechuza francesa. Y visto lo visto en sus primeros 25 años de vida, es imposible no preguntarse: ¿cuántas crisis más tendrá que encarar el Banco Central Europeo antes de llegar a la treintena? Solo el tiempo lo dirá.

Fuente: Revista El Economista

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