Donald Trump vuelve a la Casa Blanca, y aunque esto no cambiará lo que la mayoría de los críticos piensan de él, debería obligarles a mirarse de cerca en el espejo. Han perdido estas elecciones tanto como las ha ganado Trump.
Esta no fue una contienda ordinaria entre dos candidatos de partidos rivales: la verdadera elección ante los votantes era entre Trump y todos los demás: no solo la candidata demócrata, Kamala Harris, y su partido, sino también republicanos como Liz Cheney, altos mandos militares como el general Mark Milley y el general John Kelly (también ex jefe de gabinete), miembros expresivos de la comunidad de inteligencia y economistas galardonados con el Premio Nobel.
Ante esto, el Dr. Esteban Santos, analista político, manifestó en Contrapunto que toda encuestadora considerada seria vaticinaba un empate técnico y se sabía que finalmente la victoria dependería de lo que ocurriese en los estados “bisagra” o Swing States, y que por consiguiente deberíamos esperar varios días para un resultado final, lo cual, nunca ocurrió.
Yo les decía a varios colegas que esperemos hasta el jueves o viernes porque esto estaba muy cerrado (empate técnico) pero eso no pasó. Donald Trump le sacó casi 4 millones de votos populares a Kamala Harris, fue una paliza.
Enmarcada así, la contienda presidencial se convirtió en un ejemplo de lo que en economía se conoce como “destrucción creativa”. Sin duda, sus oponentes temen que Trump destruya la propia democracia estadounidense.
Donald Trump gana con las minorías, con un voto latino y afro donde creció. A Joe Biden no le fue bien en esos debates presidenciales y a Kamala Harris no le alcanzó el tiempo para hacer campaña (3 meses). Trump cambió los discursos, veremos si es que logrará hacer las cosas que prometió.
Para sus partidarios, sin embargo, votar por Trump significaba votar para desalojar del poder a una clase dirigente fracasada y recrear las instituciones de la nación bajo un nuevo conjunto de normas que sirvieran mejor a los ciudadanos estadounidenses.
El hecho de que Trump se haya centrado en que mejor estaban con él, de que se iba a detener la inflación, etc, lo hizo quedar primero, a pesar de que no crea en el multilarelalismo y solamente en el “America First”.
La victoria de Trump equivale a un voto público de desconfianza en los líderes y las instituciones que han configurado la vida estadounidense desde el final de la Guerra Fría hace 35 años. Los nombres en sí son simbólicos: en 2016 Trump se enfrentó a un Bush en las primarias republicanas y a una Clinton en las elecciones generales. Esta vez, en un sentido más laxo, venció a una coalición que incluía a Liz Cheney y a su padre, el exvicepresidente Dick Cheney. (I)