Venezuela vivió a partir de la década de los 70 su época dorada. Entre 1972 y 1974, los precios mundiales del petróleo aumentaron significativamente (de 1,8 dólares el barril en 1971 a 11,65 en 1974) y casi cuadriplicaron los ingresos del gobierno venezolano. Esto provocó que el país se convirtiera en la envidia de todos sus vecinos, los cuales terminaron endeudándose masivamente para cubrir las necesidades energéticas. El país era el mayor exportador de petróleo fuera de Medio Oriente y su producción superaba la suma de la de todos los demás países latinoamericanos. Era capaz de producir 3,3 millones de barriles diarios, muy lejos de los poco más de 800.000 de la actualidad.

Bajo ese escenario, el presidente de aquel momento, Carlos Andrés Pérez, se encontró con una lluvia de petróleo que no esperaba por la subida de los precios y eso le animó a decretar poco después la nacionalización del petróleo. Lo hizo en 1976 y lo concentró en la compañía estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa). Con esto, Venezuela pasó a ser un país desarrollado en pocos años, mediante la sustitución de importaciones (fue un método popular de industrialización en la década de 1970, especialmente en América Latina), los subsidios y los aranceles proteccionistas. Nacía la Venezuela saudita.

Gracias a ello, Pérez impulsó un ambicioso “capitalismo de Estado” y con los ingresos del petróleo se pagaron modernas infraestructuras y se nacionalizaron también las industrias básicas dedicadas a la metalurgia, la energía eléctrica y otras actividades. Era la época en la que se popularizó una expresión todavía muy recordada por los venezolanos cuando la comparan con la pobreza que vive actualmente el país, pasando del “está barato, dame dos” al “es lo que hay”.

Aquella Venezuela era un país completamente moderno y totalmente distinto al que uno se puede encontrar en la actualidad. A mediados de los años 70 y principios de los 80 el índice de pobreza era menos del 20% y en la actualidad es del 82%, con un 53% viviendo en pobreza extrema. Hoy resulta desesperante ver cómo la gente come de la basura a todas horas y prácticamente en cualquier parte del país, algo que contrasta con aquella época, en la que por ejemplo los supermercados rebosaban de alimentos.

El venezolano ya no tiene además el privilegio de elegir. Lejos están los días en que podía comprar leche ligera o deslactosada, café normal o descafeinado, aceite de maíz o soja. O whisky, siendo los mayores consumidores del mundo en aquel momento. Años más tarde, la situación cambió radicalmente. “La marca del desodorante que yo usaba ya no hay, el champú que yo usaba ya no hay. Es el que uno consigue, el que está disponible. Uno se va a acomodando a lo que hay, realmente uno ya no puede escoger”, recordaba un ciudadano en declaraciones pasadas para AFP.

Una triste condena

En su primer año de funcionamiento, Petróleos de Venezuela tenía tres filiales conocidas como Lagoven, Maraven y Corpoven. Juntas, produjeron un total de 2,3 millones de barriles de petróleo al día en su primer año. Todo parecía ir como la seda. Sin embargo, la llegada de tanto dinero fácil propició algunos vicios y desequilibrios en la economía que terminaron condenándola. Tanto dispendio presupuestario, sumado al alto gasto público, terminó provocando una subida de los precios, y esto incidió directamente en los hogares más humildes. A esto se le sumó la tan temible corrupción, causando innumerables pérdidas en el sector público del país.

Esta situación continuó empeorando en los años posteriores, con una caída en los precios del petróleo del 30%, que llevó a las exportaciones petroleras de 19.300 millones de dólares en 1981 a casi 13.500 millones de dólares en 1983. Toda esta Venezuela hipotecada, esta herencia en forma de deuda (una caída del PIB del 4,2% respecto al año anterior) recayó sobre el presidente Luis Herrera Campins, el cual intentó corregir, pero tanto la inflación como el malestar social que provocó el ajuste frenaron al gobernante, quien no tenía mayoría en el Congreso ni el respaldo de los sindicatos, del empresariado ni mucho menos de los ciudadanos para continuar con sus reformas. La gente quería seguir gastando, nadie quería escuchar la palabra austeridad y eso era en parte porque se creía que la economía seguiría creciendo a pesar de todo. Error.

Más tarde, el 18 de febrero de 1983, Campins anunció medidas para afrontar la crisis: el control de cambio y la restricción a la salida de divisas. El resultado fue una drástica devaluación del bolívar durante el famoso ‘Viernes Negro’. Curiosamente, desde la década de 1930, el bolívar fue una de las monedas más sólidas del mundo y símbolo de la prosperidad venezolana. Una fecha marcada para todos los venezolanos y que supuso la ruptura del período de mayor estabilidad cambiaria y monetaria que tuvo país latinoamericano alguno. Esta devaluación incidió en asalariados, jubilados y todos aquellos que guardaban sus ahorros en bolívares, llegando a perder un 70% aproximado de su valor. Además, también provocó una desaparición de productos, debido al encarecimiento de las importaciones.

Fuente: Revista El Economista

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