Hay un gran agujero en el comercio mundial por el que se caen hasta un tercio de las exportaciones de la segunda economía del planeta a la primera. Una especie de Triángulo de las Bermudas que ahora vuelve a estar en solfa ante la amenaza de nuevos aranceles (impuestos al comercio) contra China por parte de la nueva Administración de EEUU. El huracán proteccionista con el que amenaza Donald Trump, con Pekín especialmente en la mira, hace que se vuelva a hablar de una amplia discrepancia en los datos que esconde mucho más.
En esta ocasión ha sido Paul Donovan, economista jefe en Londres del departamento de investigación del banco suizo UBS, el que ha vuelto a sacar el asunto a la palestra, siendo suya la metáfora del Triángulo de las Bermudas. “Cuando se analiza el comercio entre dos países, el valor de las exportaciones debería ser inferior al de las importaciones (porque entre ambos están los costes de envío y seguro). En los últimos años, el valor de las exportaciones chinas a EEUU ha superado el de las importaciones estadounidenses procedentes de China. Esta anomalía sugiere que hasta un 30% de las exportaciones chinas a EEUU desaparecen antes de llegar”, explica el analista.
Los datos recogen esta amplia brecha. Mientras que, según el Departamento de Comercio de EEUU, las importaciones de China se redujeron hasta los 427.000 millones de dólares en 2023 (unos 100.000 millones menos desde sus máximos), el organismo de comercio chino, por su parte, sostiene que las exportaciones a EEUU superaron los 500.000 millones de dólares ese mismo año. La diferencia entre ambos datos es de más de 80.000 millones de dólares, una cantidad que supera en tamaño, por ejemplo, a la economía de Croacia.
En los datos mensuales más recientes se constata el ‘agujero’. Por ejemplo, en noviembre de 2024, las exportaciones de China a EEUU ascendieron a 47.309 millones de euros, según la estadísticas de Pekín. Según las de Washington, las importaciones desde China fueron de 37.772 millones. Solo en ese mes, un 20% de las exportaciones chinas se habrían ‘esfumado’.
La anomalía no se distribuye uniformemente entre los sectores y no comenzó al mismo tiempo en todos ellos, precisa Donovan. Pero la pauta sugiere que está estrechamente relacionada con los aranceles comerciales, colige el analista. “Los aranceles comerciales no afectan al valor de las importaciones estadounidenses (ya que el impuesto lo pagan los consumidores estadounidenses después de que lleguen las importaciones y se haya evaluado su valor). Sin embargo, gravar el comercio puede fomentar el redireccionamiento de las cadenas de suministro. Lo que China considera una exportación a EEUU puede considerarse una importación desde otro lugar en los datos estadounidenses. Los patrones de la anomalía en los datos apoyan esta hipótesis”, amplía el experto de UBS.
Donovan no habla de otra cosa que la diversificación o, en otras palabras, la intermediación que descansa sobre países como Vietnam o México. “La diversificación de las importaciones fuera de China no se traduce necesariamente en una menor exposición a las industrias chinas. Vietnam, por ejemplo, ha sido uno de los mayores beneficiarios de los intentos estadounidenses de diversificar sus importaciones. La participación de Vietnam en las importaciones estadounidenses ha aumentado de manera constante en varios sectores en los que la participación de China ha disminuido”, señalan en un comentario los estrategas Josh Lipsky y Mrugank Bhusari, del think tank americano Atlantic Council.
En respuesta a la guerra comercial de 2018, los fabricantes chinos trasladaron sus fábricas a Vietnam, donde añadieron valor a sus productos antes de exportarlos a EEUU. Una fuerte correlación entre las exportaciones vietnamitas a EEUU y las importaciones vietnamitas procedentes de China sugiere que estas fábricas siguen dependiendo en gran medida de los bienes intermedios y las cadenas de suministro chinos.
No es ningún secreto que Pekín cuenta con zonas económicas especiales cuyas exportaciones pueden ser contabilizadas de diferentes formas. Buena parte de importaciones que llegan a EEUU, desde Vietnam y México mismamente, en realidad son bienes que proceden de China y que apenas ha variado en su paso por dichos países. “Hay preocupación por el hecho de que algunos productos chinos se envían primero a China, se designan como exportaciones de origen vietnamita para evitar los aranceles estadounidenses (a pesar de que no se les agrega ningún valor en el país) y luego se exportan a EEUU. El Departamento de Comercio de Estados Unidos concluyó que este era el caso de los paneles solares en 2023 antes de imponer nuevos aranceles a las empresas que se dedican a ese comercio”, denuncian desde el Atlantic Council.
Hay otras prácticas que llaman aún más la atención por su picaresca. Las empresas chinas han estado explotando una un agujero en la ley comercial estadounidense, que lleva existiendo desde hace décadas, y que permite la entrada sin apenas control de paquetes con un valor inferior a 800 dólares a EEUU. Además, estos paquetes, conocidos como ‘minimis’ (significa en latín acerca de las pequeñas cosas) entran libres de impuestos y sin la necesidad de ser contabilizados en las aduanas.
Opacidad en los datos de Pekín
Precisamente estas dificultades convierten en ‘oro molido’ los datos que se tienen sobre la mesa. Donovan cierra su análisis poniendo el acento en que, lo ocurrido con Pekín significa que, a la hora de evaluar el impacto económico de cualquier impuesto comercial futuro sobre China (u otros países), los datos de importación de EEUU son probablemente una medida más fiable que los datos de exportación de otros países. “A la hora de calcular los perjuicios de los impuestos comerciales, no importa quién vende realmente a EEUU. Lo que importa es a quién cree EEUU que le está comprando”, concluye.
Lo cierto es que las discrepancias con los números de China no solo vienen de la cierta picaresca operativa de Pekín, sino de la propia fuente de sus datos. El manto de opacidad que cubre los datos de la balanza de pagos de China ha encendido las alarmas en la comunidad económica internacional. Según Brad Setser, destacado economista del Council on Foreign Relations y exfuncionario del Tesoro estadounidense, estas discrepancias no solo distorsionan las cifras reales, sino que agravan los desequilibrios globales que muchos países intentan descifrar. “Estas brechas son enormes y cuestionan algunos de los ajustes que China está haciendo a sus datos”, afirmó Setser en el Bund Summit celebrado en Shanghái, según recoge la agencia financiera Bloomberg.
El punto álgido de la controversia radica en la diferencia entre el superávit comercial reportado en los datos de la balanza de pagos, compilados por la Administración Estatal de Divisas (SAFE, por sus siglas en inglés), y el registrado por las aduanas chinas desde 2022. Esta brecha, que parece irreconciliable, suscita acusaciones de subsidios injustos por parte de Pekín para fomentar las exportaciones, una estrategia que beneficia a su economía a expensas de sus socios comerciales. En junio, el Departamento del Tesoro de EEUU ya exigió explicaciones a China sobre estas discrepancias.
Los datos más recientes agravan la sospecha. En el segundo trimestre de 2024, la anomalía en la medición del superávit comercial alcanzó un récord de 87.000 millones de dólares, acumulando casi 150.000 millones en el primer semestre del año. Este desajuste plantea serias dudas sobre la transparencia y las intenciones de Beijing en un momento de crecientes tensiones económicas globales.
Pero las incongruencias no terminan ahí. Setser señala que el déficit creciente en los ingresos por inversiones de China es otro enigma, especialmente en un contexto de tipos de interés al alza. Según sus estimaciones, el superávit externo real del país podría rondar los 700.000 millones de dólares, más del doble del saldo de cuenta corriente reportado oficialmente, que se situó en 253.000 millones el año pasado. Este margen de error representa más del 1% del PIB de China en 2023, según cálculos previos del Tesoro estadounidense.
Desde la SAFE, las explicaciones apuntan al auge de la “manufactura sin fábricas”, un modelo en el que las empresas globales externalizan la producción de bienes a firmas chinas en zonas de libre comercio. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), este fenómeno podría justificar el desfase en los datos, ya que las cifras de la SAFE reflejan transacciones entre empresas chinas y extranjeras, mientras que las aduanas se basan en el movimiento físico de mercancías a través de las fronteras. Sin embargo, el FMI también advirtió que este cambio metodológico debería ir acompañado de ajustes en otras áreas de la balanza de pagos, como los beneficios generados por las multinacionales en China. Esto último, según Setser, no se ha producido.
El economista insta a la SAFE a ser más transparente y a proporcionar ejemplos numéricos que expliquen las divergencias en las series de datos. Además, pide un desglose más detallado del balance de ingresos por inversiones, incluyendo la inversión extranjera directa, los bonos y los préstamos bancarios.
Trump no tiene tanto margen
Según McKinsey Global Institute, aunque el peso de China en las importaciones de manufacturas que llegan a EEUU ha caído en los últimos años de forma oficial, su peso real en realidad aumentó. Desde el Atlantic Council desmenuzan esta parte de la historia: EEUU ha diversificado sus importaciones de bienes de bajo valor agregado, como ropa de cama, colchones y muebles, y las ha alejado de China, pero la diversificación está resultando mucho más difícil en el caso de los bienes de mayor valor agregado.
Por ejemplo, en 2023 , los smartphones, los ordenadores, las baterías de iones de litio, los juguetes y las videoconsolas representaron el 27% de las importaciones estadounidenses de bienes provenientes de China. La dependencia estadounidense de China para estos bienes prácticamente no se ha modificado desde 2017. De hecho, la participación de China en las importaciones estadounidenses de baterías ha aumentado en ese período. Una mayor diversificación, no resolvería el problema, ahondan estos analistas, recordando el caso de Vietnam.
Desde el Atlantic Council tienen claro que, dado el escenario actual, Trump no tendrá tanto margen como se cree para implantar estos aranceles. Un impuesto generalizado para estos bienes que EEUU sigue importando en el mismo porcentaje afectarían más a lo consumidores americanos en el corto plazo que a los propios productores chinos, sobre todo si Pekín extiende el apoyo a sus propias empresas.
En 2018, la administración Trump priorizó los aranceles a los bienes intermedios para evitar un impacto directo en los consumidores. El propio Trump dijo en 2019 que los aranceles a los productos electrónicos se retrasarían hasta la temporada navideña y los aranceles nunca se implementaron. “¿Qué ha cambiado entre ahora y 2019? La inflación es una preocupación mayor que en aquel entonces. De hecho, es una de las razones por las que Trump fue elegido. Si bien estos bienes (electrónicos) son insignificantes dentro del IPC de EEUU, ya que los consumidores no compran teléfonos ni ordenadores con regularidad, tienen una relevancia pública muy alta. Es comprensible que los medios se centren en los cambios de precios de los iPhones, por ejemplo. Esto hace que sea aún más difícil implementar nuevos aranceles significativos sobre estos productos”, explican desde el think tank.
Todo esto no significa que no vaya a haber nuevos aranceles para China, la pregunta es qué productos serán el objetivo. “Pensemos en los vehículos eléctricos. El presidente Biden impuso aranceles del 100% a los coches eléctricos chinos. Trump podría añadir otra multa del 30%, pero solo el 2% de todas las importaciones de estos vehículos por parte de EEUU proviene de China. Así que, si bien un arancel de ese tipo puede generar titulares, no se traduciría en un cambio significativo en la relación comercial”, redondean Lipsky y Bhusar. “La conclusión es que, si bien la administración entrante de Trump habla en serio sobre los aranceles, implementarlos en la práctica será mucho más complicado dada la dinámica actual de la economía global”, remachan.
Fuente: Revista El Economista