La debilidad económica que atraviesa Alemania ha dejado este miércoles un titular casi histórico. En 2024, la economía se contrajo por segundo año consecutivo, algo que no sucedía desde el bienio 2002-2003. Aunque la caída del Producto Interior Bruto (PIB) en 2009, en plena Gran Crisis Financiera, fue mucho más abrupta, ni siquiera entonces la economía considerada la locomotora de Europa se contrajo dos años seguidos. La caída del 0,2% en el PIB real de 2024, según los datos preliminares de Destatis, el órgano estadístico federal del país, (falta por publicarse el dato del cuarto trimestre del año pasado, ya que esta estimación inicial se publica antes) suceden a un retroceso del 0,3% en 2023.

Esta doble contracción del PIB manda la peor señal posible, ya que refleja un estancamiento del que la economía germana ve difícil salir. Si a comienzos del siglo XXI, los retrocesos sucesivos de 2002 y 2003 no llegaron al 1% cada uno pero evidenciaron que hacía falta un cambio de paradigma, ahora sucede algo similar. En aquel momento, la prensa financiera anglosajona llegó a definir a Alemania como el ‘hombre enfermo de Europa’. El canciller socialdemócrata Gerhard Schröder impulsó una serie de políticas, principalmente reformas en el mercado laboral, que espolearon a Alemania en los años siguientes, permitiéndole ser el ancla de Europa durante la gran crisis.

Dos décadas después, la fatiga de los materiales en el modelo y el ‘nuevo mundo’ salido de la pandemia han supuesto una suerte de tormenta perfecta. El fin del ‘barato’ gas ruso por la guerra en Ucrania ha golpeado duramente a una industria considerada puntera en Europa. Los elevados tipos de interés también han hecho mucho daño. La falta de inversión en los últimos años y la demografía también han sido vientos en contra. Pero el despertar más duro ha llegado con Chinael otrora importador de excepción de alto valor añadido alemán ya no lo es tanto. Y no solo es que Pekín importe menos desde Berlín, es que ya supone para Alemania una feroz competencia mundial en sectores como el automóvil, hasta ahora ‘joya de la corona’ del industrialismo alemán.

La industria alemana ha sido el mejor ejemplo de los problemas de toda la economía en los últimos años: atrapada entre vientos en contra cíclicos y estructurales, y dándose cuenta por fin de que el viejo modelo macroeconómico de energía barata y grandes mercados de exportación de fácil acceso ya no funciona. Diez años de inversiones insuficientes, el deterioro de la competitividad y el paso de China de destino de las exportaciones a feroz competidor industrial han pasado, y seguirán pasando, factura a la economía alemana”, certifica Carsten Brzeski, estratega de ING y habitual ‘médico’ de la economía teutona.

La realidad es implacable: cinco años después del inicio de la pandemia, la producción industrial alemana sigue estando un 10% por debajo de sus niveles anteriores al covid. La utilización de la capacidad manufacturera se encuentra en mínimos sólo comparables a los registrados durante la crisis financiera y los cierres iniciales. Esto pinta un panorama poco halagüeño.

Aunque comparte en cierto modo la comparativa con lo sucedido a comienzos de los 2000 (“la historia no se repite, pero rima”), Brzeski subraya que, a diferencia de entonces, cuando la “enfermedad” o problema económico de Alemania era el elevado desempleo y la rigidez del mercado laboral, los problemas actuales son mucho más diversos y, por tanto, aún más difíciles de resolver que hace 20 años. “No olvidemos tampoco que el entorno exterior a principios de la década de 2000 era mucho más favorable para Alemania, con la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio y la ampliación de la UE, frente al actual entorno de tensiones geopolíticas, una guerra en el patio trasero y el auge del proteccionismo“, constata el economista.

En su prospectiva, el analista de ING añade los aranceles que se avecinan y “la esperada versión moderna de las políticas de ’empobrecer al vecino’ de la nueva administración estadounidense”. Esta dinámica hará daño, no sólo por el impacto potencial en las exportaciones alemanas, sino sobre todo por el efecto en las inversiones alemanas si las empresas tuvieran que trasladar su producción a EEUU, explica Brzeski.

Lo innegable es que este clima empapa cada nuevo dato, estimación o análisis. Las constantes esperanzas de recuperación se han ido aplazando informe a informe de los expertos, y aunque se repunte alguna décima, la perspectiva es más que anémica. El propio desglose del PIB anual muestra que el consumo de los hogares aumentó ligeramente el año pasado, mientras que la inversión y las exportaciones cayeron con fuerza en 2024. En cuanto a la producción, la actividad manufacturera y la construcción sucumbieron.

“Las dificultades de Alemania continuarán en 2025. Es cierto que una ligera recuperación de los ingresos reales de los hogares y la caída de los tipos de interés podrían impulsar algo el consumo y la inversión en construcción. Sin embargo, esto se verá contrarrestado en su mayor parte por el continuo lastre de los altos precios de la energía, la débil demanda de bienes industriales clave de Alemania, como automóviles y maquinaria, y una demografía adversa”, analiza fríamente Franziska Palmas, analista de Capital Economics. “Es probable que el aumento de las quiebras desde mediados de 2023 acentúe el giro ya gradual del mercado laboral, lo que podría mermar las esperanzas de un repunte del consumo privado”, apostilla Brzeski.

Unas elecciones decisivas

En medio de este congelamiento económico de larga duración, las elecciones federales que el país celebra el 23 de febrero pueden dar paso a más incertidumbre. Tras caer el frágil gobierno tripartito de Olaf Scholz (socialdemócratas, verdes y liberales), devorado por las cuitas internas y el impacto del covid y la guerra en Ucrania, la fragmentación política es total. Las encuestas dan como ganadora a la CDU de Friedrich Merz, defensor de rebajas fiscales y de contención del gasto. Sin embargo, necesitaría del apoyo de otros partidos y la división es patente respecto a qué hacer con el freno de la deudael ‘candado’ constitucional que limita la ingente inversión que necesita Alemania. Mientras este debate crece, la fuerza de ultraderecha AfD, vetada por el resto de partidos hasta el momento, se sitúa segunda en las encuestas defendiendo abandonar la UE.

“Ni que decir tiene que las próximas elecciones serán clave para las perspectivas económicas de Alemania en 2025 y más allá. Aunque sigue existiendo el riesgo de demasiada complacencia tras dos años de estancamiento, la esperanza es que cualquier nuevo gobierno alemán decida un plan a más largo plazo de reformas económicas e inversiones. Sólo para compensar el déficit de inversión acumulado en la última década, Alemania necesitaría inversiones adicionales del 1,5% del PIB al año durante los próximos 10 años. No todo son inversiones públicas, pero el Gobierno tendrá que desempeñar un papel importante a la hora de proporcionar bienes públicos como infraestructuras y educación y crear incentivos para las inversiones privadas. Por eso, en nuestra hipótesis de base, vemos algún tipo de reformas combinadas con inversiones en infraestructuras después de las elecciones. Si estamos en lo cierto, esto debería suponer al menos un pequeño impulso para la confianza y el crecimiento a partir de la segunda mitad del año”, cierra Brzeski.

Fuente: Revista El Economista

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