Hasta casi 30 países están involucrados en lo que se conoce como el Cinturón de fuego del Pacífico: una larga ‘lengua’ que recorre toda la costa oeste de América del Sur y del Norte y la costa este de todo el continente asiático hasta llegar a Australia y Nueva Zelanda. Una zona caracterizada por el hundimiento de las placas tectónicas que dan lugar a altas actividades sísmicas y volcánicas.
Gracias a estos movimientos geológicos, algunos de los países afectados, como Argentina, Chile, Estados Unidos, Taiwán o Indonesia pueden presumir de grandes zonas ricas en minerales. Y este no era el caso de El Salvador, hasta que hace unas semanas su presidente, Nayib Bukele, anunció el descubrimiento de un gran yacimiento de oro valorado en 131,5 millones de dólares, aunque de momento no se encuentra ni en la lista de los 100 primeros países con mayores reservas del ‘dorado’.
A su vez, JP Morgan incrementó hace unos días el crecimiento potencial de El Salvador hasta un 3%, lo que pone a la pequeña economía centroamericana a la cabeza de las previsiones del resto de naciones del continente. Un crecimiento que podría superar las expectativas si el país logra extraer los 50 millones de toneladas de oro que, de momento, han sido anunciadas.
El quid de la cuestión es que, en 2017, El Salvador se convirtió en el primer país del mundo en prohibir la actividad minera, lo que en 2024 impide la extracción y explotación del recién encontrado yacimiento de oro, y otros metales como el galio, tantalio y estaño, anunciado por el gobierno de Bukele.
Diluir el oro para invertirlo en bitcoin
En 2021, y dos años después de tomar el cargo como presidente de El Salvador, Nayib Bukele anunció la aceptación del bitcoin como moneda de uso legal en el país. Una decisión que, casi 3 años después, puede considerarse como un fracaso, incluso a pesar de las inversiones millonarias por parte de las propias autoridades: el 92% de los salvadoreños no usan el bitcoin de manera diaria y el 53% de la población cree que no ha tenido ningún impacto en la economía local, según datos publicados por la Universidad Francisco Gavidia.
En su empeño, el presidente de El Salvador no descarta seguir invirtiendo en criptomonedas, en esta ocasión con los beneficios que generaría la extracción del yacimiento de oro hallado recientemente en el país. Unos números que, tal y como confirmaba el propio Bukele, podrían ascender a un total de 3 billones de dólares, lo que implicaría un 8.800% más que el actual PIB nacional.
Aunque, la idea de reinvertir el oro en criptomonedas es más bien propia del criptógrafo y cypherpunk británico Adam Back, quien recomendó “extraer el oro para comprar bitcoin”. Por su parte, el presidente aseguró que diluirían el oro encontrado en la región “como si no hubiera un mañana”.
En su intervención, el máximo mandatario salvadoreño afirmo que el país podría albergar los depósitos de oro con mayor densidad por km cuadrado del mundo, en base a “estudios realizados en solo el 4% del área potencial identificaron 50 millones de onzas de oro, valoradas hoy en más de 131,5 millones de dólares. Esto equivale al 380% del PIB de El Salvador. El potencial total podría superar los 3 billones de dólares, más del 8,800% de nuestro Producto Interior Bruto”.
Una Ley aprobada por unanimidad
El 27% de la población salvadoreña se encuentra en la pobreza, situación que podría dar un giro de 180º si el gobierno de Bukele consigue derogar la ley que prohíbe la explotación minera. De hecho, el propio presidente la ha calificado de ‘absurda’ y ha adelantado que su intención es poder extraer el máximo oro posible del nuevo yacimiento.
La Ley en cuestión fue aprobada en el año 2017 tras una votación unánime del parlamento de El Salvador, con 69 votos a favor, ninguno en contra y ninguna abstención, convirtiéndose de esta manera en el primer país en prohibir por ley esta actividad.
No obstante, Bukele es optimista y cree que es posible seguir el ejemplo de Noruega: un país que ha virado el sector de la minería hacía un uso sostenible y responsable y que prioriza la revitalización de sus ríos, lagos, bosques y entorno natural.
Fuente: Revista El Economista